El epílogo
¿Corea del Sur?
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT Sáez
Amuchos les habrá sorprendido que el manido Informe PISA haya situado a Corea del Sur como primera potencia educativa del mundo desarrollado. Le siguen a la zaga Shanghái y Hong Kong como zonas económicas segregadas de China. El desarrollo de Corea del Sur es materia de estudio en las escuelas de negocios desde hace más de una década. De entre las teorías más sugerentes para explicar el fenómeno destaca la del sociólogo Peter Berger. Según este autor, la semilla del éxito la pusieron en aquellas tierras las sectas protestantes que llegaron a la zona de la mano de las tropas norteamericanas a finales de los años 50.
Según esta teoría, los valores del esfuerzo y el trabajo ligados a la idea religiosa de la predestinación se mezclaron con la disciplina y el orden propios de la cultura oriental. Ocurrió, según Berger, algo parecido a las consecuencias de la implantación del protestantismo en Europa que ya describió Weber en su momento. Sea como fuere, lo cierto es que Corea del Sur lleva un par de décadas creciendo a ritmos vertiginosos y, sobre todo, ha sabido utilizar esos ingresos para inventar y para innovar. Los resultados educativos son una muestra pero el país ocuparía también un lugar destacado en el ranking de implementación de la sociedad de la información.
La reflexión europea
Corea del Sur debería ser materia de estudio en una próxima cumbre europea. Cuando nos preguntamos por qué el mundo no confía en Europa y en su moneda tendemos a echarnos las culpas los unos a los otros. Los del sur a los del norte, los empresarios a los trabajadores y viceversa. Pero el problema de Europa aparece cuando la ponemos en relación con el resto del mundo. Es menos competitiva que los países que menosprecian los derechos de los trabajadores. De acuerdo. Pero también es menos competitiva con respecto a algunas democracias que los respetan y que han sabido reinvertir sus beneficios para innovar. Europa no podrá competir jamás en condiciones de trabajo, pero no puede eludir la pregunta sobre su capacidad de innovación, que es ínfima.
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