Dos miradas

Elogio de Xavier Cugat

JOSEP MARIA FONALLERAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hace 20 años, un día como ayer, yo estaba en el cementerio de Girona. Con algunos más, viendo cómo entraba el ataúd con los restos deXavier Cugaten el nicho número 68 de la parte nueva. Había coronas deAbbe LaneyCharo Baeza,de su hermano e incluso, si no recuerdo mal, del Barça, posiblemente porqueCugatvivió la última época de su vida en el Ritz deGaspart.Llovía y alguien propuso un aplauso póstumo. Había niños gitanos que corrían entre las tumbas y algunas autoridades, y aquella chica,Carme Pedrosa,enfermera y acompañante que cuidó en su agonía al músico y a los chihuahuas que le sobrevivieron. En la lápida decía (dice) «Cugatque vivió», un resumen espléndido y conciso de quien nació con el novecientos, de quien bautizó aRita Hayworth,de quien fue amigo de Caruso, ValentinoySinatra,«un icono de la cultura americana de mediados de siglo XX».

Lo dice Joaquim Rabaseda,que es quien me lleva a recordar aCugat,en un documentado y reivindicativo artículo enL'Avenç.«Es díficil encontrar un fotograma en el que no sonría».Cugatrepresentó el papel de mago en una sociedad que quería parecer feliz, que creó una burbuja musical. Una arcadia completa y cerrada en ella misma, perfecta y armónica. Él, con su violín, sus adaptaciones cultas y populares de los ritmos de moda, su bigotito, orquestó un sueño en el que todavía se bañan las sirenas.