El turno

Carles Bosch, bicicleta y cuchara

XAVIER BOSCH

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No le conozco de TV-3. Tampoco, pese al apellido, tenemos parientes en común. Con Carles Bosch -he conocido pocos periquitos tan pasionales como él- hemos coincidido a lo sumo tres o cuatro veces en una pista de tenis. Cada uno a un lado de la red, intentando desahogarnos de rutinas y preocupaciones. Gracias a las conversaciones del vestuario de Can Mèlich he ido siguiendo, a pinceladas, todo el proceso del documental sobre el alzhéimer que se ha estrenado con tanto de éxito en el Festival de San Sebastián. Recuerdo su ilusión cuando puso en marcha el proyecto. Se sentía un privilegiado por poder rodar un documental sobre esta enfermedad con un protagonista tan especial como Pasqual Maragall. Recuerdo, también, la desazón antes de desencallar el rodaje cuando, de golpe y porrazo, surgían dificultades. Me quedo, sobre todo, con los ojos de preocupación de Carles Bosch cuando, en algún momento, pensó que tendría que tirar la toalla y se quedaría sin película.

Estaba convencido de que el documental saldría reforzado de estos altibajos de genio. Y, a juzgar por las críticas excelentes, así ha sido. Después de dos años de rodaje, llega el aplauso. Carles Bosch nos enseña que aquel aforismo según el cual «no hay nada más caducado que un diario de ayer» tiene honrosísimas excepciones.

Bosch demuestra que, a veces, el buen periodismo no debe tener prisa. Cogió a los protagonistas de Balseros cinco años después de filmarlos por primera vez y los convirtió en personajes que rozaron un Oscar. A los checos -ejemplo aún más paciente- los hizo de nuevo protagonistas 20 años después de la revolución de terciopelo. Ahora mismo solo tengo ganas de correr para ver Bicicleta, cuchara, manzana para volverme a emocionar con su sensibilidad. E, íntimamente, desde la oscuridad de una sala de cine, aprovechar para rendir el homenaje que Catalunya le debe a Pasqual Maragall.