a pie de calle
Poemas de la huelga y "guardias inútiles"
Edwin Winkels
Periodista
EDWIN WINKELS
El de «amenazas» habla amigablemente con el de «más formació = más seguridad». En el aire, sus pancartas montadas en un palo de madera chocan, pero es sin querer. El primero es un vecino del Raval, el segundo un bombero de Barcelona. No quieren peleas, sus enemigos son otros, dentro del ayuntamiento, en el primer piso, aunque tampoco les agredirían con los palos. Bueno, un poquito, pero solo por escrito. Delante de una pancarta general de «En el Raval, tot s'hi val», entre cínica y poética, como si fuera cosecha del pregonero Joan Margarit, una veintena de vecinos del barrio recuerdan qué es ese «todo»: «mobbing, corrupción, oenegés vendidos, guardias inútiles, prostitución, ruido nocturno, justicia inoperante, suciedad...»
Les pregunto si queda algo bueno en el Raval. «Sí, nosotros, los vecinos», dicen Julia y Jesús, que como tantos otros aguantan a duras penas el sur de la Rambla, que acaban de cruzar para dejarse ver y oír en la plaza de Sant Jaume en la tarde del pregón. Son las protestas habituales, casi obligadas ya, de cada 23 de septiembre, aunque van a menos. Porque ¿dónde están los chavales de los últimos años, del Eixample, pidiendo la absolución de su vecino Jonathan Ivorra, detenido en el 2006 en otra mani? ¿Ya está perdonado por el juez?
Ahora, además de los 20 del Raval hay 30 bomberos pidiendo a la concejala Assumpta Escarp que les haga caso y unos cuantos sindicalistas de CCOO y UGT repartiendo por la plaza la convocatoria de la huelga del 29-S. En el reverso de la papeleta hay un poema, La llibertat, de Margarit: «La llibertat es quan comença l'alba / en un dia de vaga general». Cuando el propio pregonero lo recita en el Saló de Cent, cuyas imágenes y voces se repiten en una pantalla gigante en la plaza, retumban los aplausos más ruidosos de la tarde entre las históricas paredes de la antigua plaza de la Constitución.
Turistas extrañados
Los turistas, escupidos sin cesar por la ligera bajada de la calle del Bisbe, se lo miran con extrañeza. Preguntan qué manifestación es, y si bombers tienen algo que ver con explosivos, y de dónde saldrán «los muñecos gigantes», y qué bocadillo es mejor, el de Pans & Company, donde pone en la ventana, en tres idiomas, que ahí tienen los mejores de la ciudad, o el de Conesa.
Otro turista, de unos macizos 190 centímetros, lleva una camiseta que promociona el triatlón en inglés: «La vida es sencilla: nadar, ir en bici, correr, comer y dormir». Mentira, dirían vecinos del Raval, bomberos y sindicalistas. Y los veteranos manifestantes que desde hace 28 años mantienen cada jueves en la plaza de Sant Jaume media hora de silencio por la paz. Ojalá la vida fuera tan sencilla.
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