Dos miradas

La silla con ruedecitas

Josep Maria Fonalleras

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Se exageraban los silencios y se recalcaban las pausas. La televisión se convertía en una máquina que podía destilar inteligencia. Este es el legado que deja Soler Serrano: una administración peculiar del tiempo en la que se combinaba la voz engolada y el circunloquio, la exageración ditirámbica, con el ofrecimiento desnudo de la personalidad del entrevistado con tal de que la sabiduría fluyera sin obstáculos. Cuando hacía A fondo, de 1976 al 1981, todo el espectáculo estaba en sus manos. El escenario era simple, había una música demasiado grandilocuente (marca de la casa) y, ante todo, se imponía su personalidad poderosa. Construía el hábitat por donde circulaban las ideas, las vivencias, el pensamiento y la palabra. Entonces, se transformaba en un humilde, fiel servidor que se ofrecía al público para que, sin límites, sin trampas, sin tirantez, el entrevistado fuera la estrella.

Pasaron por A fondo cineastas, pintores y cantantes, pero sobre todo escritores. Miro la lista de nuevo y vuelvo a sentir escalofríos al ver tantos gigantes reunidos en torno a una mesa, sentados para siempre en aquella silla con ruedecitas, dispuestos a hablar de literatura con el también enorme Soler Serrano. «Yo no creo en las profundidades», le dijo Josep Pla criticando con ironía y amabilidad el nombre del programa. Palpando la piel de los maestros, muchos empezamos a entender el fondo de la cuestión.