El epílogo
Faltan 81días
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
A algunos les ha sabido a poco y a muchos les ha parecido demasiado, pero lo cierto es que desde ayer la legislatura catalana ya tiene fecha de caducidad. El president Montilla hizo de este anuncio una metáfora de su mandato: guardó silencio sepulcral hasta el último minuto, fue extremadamente respetuoso con las formas y los procedimientos hasta el punto de permitir que los frívolos intentasen convertir su voluntad de agotar la legislatura en la prueba del 9 de su apego descarnado al poder. El aspirante Mas resumió también ayer las cartas con las que jugará la partida del 28-N: una sobriedad desmesurada, un punto de impaciencia y unos gramos de humildad forjada en las dos victorias electorales sin cobrar el premio del gobierno.
Mas y Montilla se la juegan dentro de 81 días. Solo ellos dos tienen posibilidades reales de presidir la Generalitat y el que no obtenga este trofeo posiblemente abandonará la primera línea política. Son los que más se la juegan porque son los dos únicos que vuelven al tablero cuatro años después. Puigcercós, Sánchez-Camacho y Herrera son primerizos en estas lides. Tienen el derecho y la oportunidad de fracasar siempre que no sea estrepitosamente.
El paso cambiado
Como decían los clásicos comentaristas del ciclismo, algunos candidatos llegan a esta recta final de la campaña un poco pasados de forma. Especialmente se nota este cansancio en el caso de Mas, que planificó el año contando con la hipótesis de que las elecciones fueran en junio o, como mucho, en octubre. El presidenciable de CiU ya lo ha dicho casi todo. Le pasa un poco lo que le ocurrió a Maragall en las elecciones del 2003, cuando, convencido de que la legislatura no acabaría, llegó a presentar tres y cuatro veces su programa electoral. Montilla se ha empleado menos. Nunca sabremos a ciencia cierta si por necesidad o por virtud. A principios de la legislatura ya señaló que no hablaría si no tenía nada que decir. En esta recta final tiene ante sí el reto de dar sentido a sus silencios. De lo contrario habrá perdido su oportunidad, la suya y la de toda una generación del PSC.
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