El epílogo
Aire fresco de verbena
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT Sáez
Sant Joan, la noche más corta del año, solsticio de verano. Día de coca, hogueras y petardos, de fiestas hasta la madrugada y de sobremesas hasta el amanecer. Antes, el primer baile del verano como aquel del Pijoaparte o del primer escarceo amoroso de la Colometa. Cohetes, tracas, gritos, alcohol, churros con chocolate y resaca en la playa. Antaño el primer combate en la disputa por la canción del verano. Hoy el i-tunes también se ha cargado esta costumbre. Fiestas como la de esta noche mantienen viva nuestra humanidad. La verbena aún no se ha trasladado a la red. Para hacer verbena hay que charlar, sudar, correr, gritar, saltar, encender hogueras, oler a pólvora, jadear y bailar. No se aceptan ni twitters, ni facebooks ni otros sucedáneos.
Contra la crisis
Reencontrarnos con la verbena nos puede servir para recordar que hubo vida antes de la crisis. Y también para no olvidar que al lado del sufrimiento de los que han quedado en la cuneta del paro, también hay vida durante la crisis. La vieja dama alemana, por ejemplo, vive días de entusiasmo por la combinación de la devaluación del euro y la liberalización del yuan. Aquí, los empresarios que exportan empiezan a dejar de ver el rojo en los balances. La bolsa repunta. Y hasta el PP se abstiene en la votación de la reforma laboral. Hay vida, como antes de la crisis, sin que podamos olvidar a los que lo pasan mal porque cualquiera de nosotros puede pasarlo mal en cualquier momento. Y habrá vida después de la crisis.
La verbena empieza con aquel calor insoportable que genera la humedad mediterránea al anochecer. Una humedad que nos invita a seguir despiertos hasta el amanecer. Y, curiosamente, cuando sale el sol nos llega ese aire fresco que permite conciliar el sueño a pesar de que la luz nos empañe los párpados. Necesitamos sentir de nuevo este aire fresco tras una crisis que es económica, pero también social y política. Una crisis agravada por años de excesos que nos han llenado las mochilas de gastos, costumbres y necesidades ahora prescindibles, en el presupuesto público y en el privado.
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