La calidad de la enseñanza

El viejo debate educativo

Cuando un alumno se examina, lo hace la institución que lo acoge, y si uno fracasa, la otra también

El viejo debate educativo_MEDIA_3

El viejo debate educativo_MEDIA_3

FABRICIO Caivano

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) tiene un instrumento de evaluación, que desde el año 2000 se publica cada tres años, para saber cuál es el nivel efectivo de los conocimientos y habilidades del alumnado al finalizar la escolaridad obligatoria. Es el popular Informe PISA, que hasta ahora ha evaluado los ámbitos de lectura, matemáticas y ciencias. Es una simple radiografía, muy general y sin matices, del rendimiento escolar de millones de alumnos cuya utilidad, si se hace una lectura razonablemente crítica, está fuera de duda. Lamentablemente, ha incentivado una especie de liga europea escolar y que sus resultados estadísticos se hayan utilizado tanto para el catastrofismo más banal, el zafarrancho electoralista o para blanquear algunas conciencias distraídas. Finlandia ocupa, de momento, el altar mayor en la ruta del peregrinaje pedagógico, mientras que aquí seguimos sin conocer y difundir los muchos centros catalanes, anónimos y esforzados, de igual o superior calidad educativa.

En la estela de los informes PISA, el Ministerio de Educación acaba de publicar los resultados de su Evaluación General de Diagnóstico (EGD), mediante la que ha evaluado las competencias de alumnos de cuarto de primaria en centros de toda España. Un esfuerzo útil, sin duda, pero cuya metodología es técnicamente mejorable y desliza algún error de bulto. Refleja un sistema educativo de calidad mediocre, con un bajo nivel de excelencia y una distribución de resultados por comunidades autónomas muy ajustada a la media de puntos (500), por más que la obsesión comparativa ya haga circular la lista de comunidades listas y tontas. Pero así perdemos de vista lo principal: saber qué hay que aprender para ser ciudadanos activos y participativos, y poner los recursos, colectiva y también personalmente, para que adquieran esas competencias cuantos más estudiantes mejor. La habitual tendencia de los medios por el titular llamativo y por la comparación orgullosa o agraviada con el vecino está desactivando el valor diagnóstico de tales informes.

Por su parte, el Departament d'Educació de la Generalitat de Catalunya presentó ayer los resultados de la evaluación de todos los alumnos de sexto de primaria, una prueba completa y minuciosa, diseñada y realizada por el Consell Superior d'Avaluació del Sistema Educatiu, que trata de medir el nivel de adquisición de algunas competencias básicas, ese imprescindible salario mínimo educativo. Los datos ya se han hecho públicos. En síntesis, la comunidad educativa catalana, la Administración, cada centro y cada familia, dispondrá de un punto de referencia que le permitirá detectar lo que va bien y lo que no, reforzar y corregir, prever y esforzarse. El conseller Maragall ha dicho que la nave educativa catalana tiene un «ritmo de navegación estable» y que ha sido capaz de acomodarse a los radicales y acelerados cambios sociológicos, económicos y culturales. Vistos los datos, no parece una opinión exagerada: el nivel medio es aceptable, si bien hay un escaso porcentaje de resultados altos, la famosa excelencia, y un tozudo tercio de lo que antes denominaríamos malas notas, cuya variable más determinante, por otra parte esperable, es el nivel socioeconómico y cultural de las familias.

Una digresión oportuna: una estrategia que puede dar buenos resultados en la reducción de esa pertinaz tasa de malos resultados es la de aproximar los universos, a menudo alejados cuando no opuestos, de la familia y la escuela. Dos experiencias recientes: una, el contrato de derechos y deberes que en Catalunya las familias deberán suscribir con el centro escolar en el momento de la matriculación; otra, la formación sistémica en el nada fácil oficio de ejercer de padres de escolares, una categoría de ciudadanos que llegan a un mundo neurótico y acelerado sin manual de instrucciones y que corren el riesgo de sucumbir a las exigencias a menudo opacas que se renuevan con cada nuevo curso. La experiencia más reciente es la del filósofo José Antonio Marina, no en vano catedrático de secundaria, que empieza una original iniciativa (www.universidaddepadres.es) con el objetivo de enseñar los gozos y los tormentos de tener un alumno/a en casa y estar a su lado con sentido común.

Estas evaluaciones son herramientas necesarias para conocer, con detalle y continuidad, qué resultados obtienen los usuarios del sistema educativo, dónde se falla y cuáles son las estrategias para remediar los déficits. Toda esta información debe hacerse mapa y brújula para orientar las prácticas concretas de cada centro y proyectarse como una sombra amistosa y exigente de cada alumno. Cuando un alumno se examina, se examina la institución que lo acoge. Si no adquieren un dominio real de la lectura, la escritura, las matemáticas y unos conocimientos básicos culturales y científicos, la cosa no funciona; y si el porcentaje de graduados, tanto en la ESO como en la enseñanza posobligatoria, no es más elevado que el que los resultados recientes muestran, la escuela fracasa. El debate entre lo que hay que aprender y lo que se aprende realmente es tan viejo como la educación misma.