La rueda

Improvisan, se contradicen y sobreviven

XAVIER Bosch

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Todo ha sucedido en una semana. De jueves a jueves. El ridículo comunicativo del Gobierno español denota que ya no sabe lo que se pesca. Después de ver el rechazo popular y el enojo del sector público por el anuncio de las primeras medidas para reducir el déficit, el vicepresidenteManuel Chavesapareció, sin encomendarse a nadie, afirmando que también pedirían «un esfuerzo a los que más tienen». Pero, el mismo día, la vicepresidentaElena Salgado,que es la ministra del ramo y la persona más autorizada para decidir la ruta, aseguró que el incremento de impuestos no estaba «encima de la mesa». Empate a uno. Para evaluar esta contradicción entre ministros –negada, a pesar de la obviedad–, apareció la otra vicepresidenta y, con la solemnidad que suelen tener sus palabras,María TeresaFernández de la Vega admitió que sí, que estaban «evaluando la subida». Esto lo decía a las nueve de la mañana. A la hora de comer, desde Bruselas,Elena Salgadovolvía a negarlo de plano: «En este momento no hay ninguna propuesta para subir los impuestos».

Pero al día siguiente la ministra de los números quedaba absolutamente desautorizada por el sancta sanctorum. SalióZapateroy, sin ponerse colorado, se comprometió delante de un micrófono: «Se subirán los impuestos a los que realmente tienen y no, claro, a la clase media». Clarísimo. Pero fiel a su estilo no precisó cuándo, ni cuánto, ni cómo. Cuando parecía que el presidente del Gobierno tenía la última palabra, resultó que no.Celestino Corbacho,ministro de Trabajo, solo 20 minutos después, le llevaba la contraria. Por desconocimiento, por descoordinación o por falta de comunicación,Corbachometía la pata al afirmar que «ninguna propuesta contempla subir los impuestos». Debido a que aquí nunca dimite nadie, hay que proponer que les bajen el sueldo. A todos. No tanto para ayudar a España a recortar el déficit, sino por irresponsables y por incompetentes. Ni supieron admitir la realidad, ni saben cómo salir de esta. Y la falta de un rumbo claro solo genera una cosa: desconfianza.