La realidad después del espejismo

En Sarkozy se ha visto al gran trapecista, pero atención a que un día no se convierta en un simple clown

ALFONSO S. Palomares*

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Es verdad. Nicolas Sarkozy está sorprendiendo a todos por su enorme capacidad de trapecista practicando el más difícil todavía en cada una de sus actuaciones. Su omnipresencia fascina a los franceses y él se mueve en estado de levitación por la escena mediática. ¡Que energía! Los franceses le siguen con curiosidad y admiración, más que mito se ha convertido en un enigma. Lo mismo que su mujer, Cécilia, que aparece en los lugares más impensables y no aparece en donde se la esperaba.

Durante el último año, Sarkozy se movió en constante actuación. Encarnaba a su personaje, el de candidato a la presidencia de la República. Le seguía permanentemente un espejo y sabía que sus palabras y sus movimientos iban a quedar reflejados para la historia. El espejo era Yasmina Reza, la gran dramaturga de Arte, uno de los éxitos teatrales más brillantes de los últimos tiempos, que seguía pluma en ristre todos sus movimientos. El resultado es el libro El alba, la tarde y la noche.

PARECE EL hombre adecuado en el momento justo. Desde hace tiempo, Francia se había resignado, no sin melancolía, a ocupar un papel de corista en el escenario internacional. París ya no era la capital del mundo y el francés hace tiempo que ha dejado de ser el idioma de la diplomacia y del arte.     Sarkozy no promete la resurrección de destinos grandiosos, sino que su estilo, según el director de LIExpress, Chistophe Barbier, está en fascinar y estimular a los franceses por las proezas cotidianas y personales más que por el diseño de un horizonte glorioso y colectivo. No juega a ser un De Gaulle en el que resuene la grandeur. Quiere ser el francés que corre al frente del pelotón. También ha dejado claro que el epicentro del poder está en el Elíseo.

COMO candidato levantó sensibles banderas conservadoras haciendo hincapié en la identidad nacional y en el rígido control de la emigración, lo que le sirvió para atraer a los votantes del Frente Nacional. Con sus discursos sobre la meritocracia y del éxito como fruto del esfuerzo y el talento encarnaba el cliché de la derecha. Por eso tuvo efectos perturbadores sobre los paisajes francés e internacional el nombramiento de su equipo ministerial y de ciertos altos cargos de la administración.

Había bastantes conocidos socialistas y gentes comprometidas con la izquierda. El nombramiento de Bernard Kouchner, socialista confeso y reconocido, causó cierta sorpresa y sembró el desconcierto, lo mismo que el del también socialista Jean-Pierre Jouyet para Asuntos Europeos. Por distintas razones resultaron llamativos los nombres de la combativa feminista Fadela Amara como secretaria de Estado para la Gestión Urbana o del alcalde socialista de Mulhouse, Jean-Marie Bockel, como ministro de Cooperación y Relaciones con el Mundo Francófono. Y después comenzó el vértigo en todas las vertientes. Tuvo un papel estelar a la hora de elaborar y aprobar el tratado simplificado de la Unión Europea y dejar claro que apostaba por el futuro de una Europa política. Aquí puede tener un papel de largo recorrido.

Después vinieron otros golpes de efecto, de distinta naturaleza pero que le conectaban con el tejido sociológico francés, como el seguir de cerca una etapa del Tour, el nombramiento del socialista Dominique Strauss-Kahn como candidato a suceder al español Rodrigo Rato al frente del Fondo Monetario Internacional, la práctica de jogging, el envío de Cécilia a Libia para negociar con Gadafi la liberación de las seis enfermeras búlgaras condenadas falsamente por haber contagiado deliberadamente a niños con el virus del sida, se apuntó como fervoroso militante de la causa del medioambiente para neutralizar el cambio climático, viajó a Dakar, a Madrid, a Londres, a Argel, a Trípoli, aprovechó las vacaciones en los EEUU para verse con Bush sin comprometerse con su política. Envió a su ministro de Exteriores, Kouchner, a Bagdad, ya que para influir en la política del Próximo Oriente hay que hacer juego en el sangriento tapete de Irak.

SARKOZY HA pasado los primeros cien días levitando en estado de gracia. Pero no conviene confundir la realidad con el espejismo. Hasta ahora hizo aproximaciones espectaculares a muchos temas, recitó con brillantez su papel en la Unión Europea, pero en los otros asuntos solo se trató de oportunos procesos verbales y la calidad del té solo se la conoce cuando se mezcla con agua hirviendo.

El teatro de la realidad francesa tiene muchas zonas sombrías, especialmente en los paisajes social y económico. La creación de empleo está estancada y el crecimiento económico se quedó en un 0,3% en el segundo trimestre, lo cual hace difícil lograr el objetivo marcado por el Gobierno que es un 2,25%, una aspiración modesta si la comparamos con nuestro 4%. El verdadero desafío va a ser el de fajarse con estas realidades. Y como dice el ya citado Barbier, en el Sarko-Circus resuenan los aplausos. Se ha visto al gran trapecista, al gran domador, el presidente sorprende. Pero atención a que un día no se convierta en un simple clown.

*Periodista