Detrás de las caras y las voces

JOSEP MARIA / Espinàs

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En la revista Ader, de la Asociación de Enfermos del Riñón, leí una entrevista con Toni Soler. La primera pregunta era clave: "¿Qué hace una persona seria como tú, un historiador, metido en todo esto del humor?". Mucha gente sabe que Toni Soler está al frente de Polònia, el gran programa televisivo de éxito, pero poca gente sabrá que es licenciado en Historia.

Es inevitable que la inmensa mayoría de espectadores que siguen fielmente en la radio o la televisión los programas de Toni Soler, Albert Om, Carles Capdevila y otras figuras que se han hecho populares, les vean solo como personajes mediáticos --¡maldita palabra!--. Y con esta etiqueta, que tiende a superficializar a la gente, se tapa una parte fundamental de estas personas.

Yo tengo un gran respeto por algunos de estos personajes populares porque he tenido la oportunidad de tratarles antes de que fueran tan ampliamente conocidos. Hay gente que ignora que, además, son unos excelentes escritores. Lo descubrí cuando Capdevila y Om tenían que publicar sus primeros libros en La Campana. Eran unos textos inteligentes y bien acabados. Y todavía no eran conocidas ni sus caras ni sus voces. También el historiador Toni Soler sabe lo que es escribir un libro. E hizo periodismo político en la prensa.

Yo no sé, francamente, cómo son capaces de hacer un programa tan difícil como Polònia. En la entrevista que he citado, Soler subraya que hay poco margen para preparar cada programa, porque la actualidad debe estar presente. Y transformar en "productos acabados" unas 15 ideas exige una planificación muy rigurosa.

Y aquí es donde quiero hacer el elogio de los guionistas, de los de Polònia pero también en general. Es una especialidad profesional de la que depende en buena parte el éxito de un programa y de una película. Más allá del contenido --alguna vez pueden creer que es poco afortunado--, los guionistas de escenas cortas son los creadores de la estructura y el ritmo. Son los que hacen que una idea funcione.

Toni Soler dice algo muy interesante: "El sentido del humor de la clase política está muy por encima de la media del país. Hoy en día, en este país, es más difícil reírse del feminismo, del Barça, de La Caixa o del colectivo gay que reírse de cualquier político".

Y es que los políticos saben por oficio, aunque no les guste, que deben respetar la libertad de opinión y de sátira.