Sobre las malas costumbres
Nos hemos acostumbrado a aceptar la violencia. Nos hemos acostumbrado a la pobreza de mucha gente. Nos hemos acostumbrado a comer un pan que no es como el de antes. Nos hemos acostumbrado a pagar precios exagerados por lo que está de moda. Nos hemos acostumbrado a que los trenes sean deficientes, a que los aviones ya no sean aquel medio de transporte donde somos bien tratados, a las bicis sin luz y en dirección contraria, a los discursos tónicos de los políticos, a que haya programas de televisión vergonzosos, a los mendigos arrodillados en la calle.
Hay buenas costumbres y malas costumbres, y no digo, amigo lector, que usted o yo practiquemos las unas o las otras. Solo quiero decir que nos hemos acostumbrado a ver la extensión de malas costumbres, pequeñas o grandes, como un hecho casi inevitable.
No es que los tiempos actuales, pienso, sean peores que los antiguos. Al contrario. En la historia de la humanidad ha habido costumbres terribles. También en épocas no muy lejanas: cuando ya se hablaba de "civilización" y Europa progresaba, los niños de 10 años bajaban a trabajar a las minas inglesas. Pau Vila, el ilustre geógrafo, explicó en un libro autobiográfico al periodista Bru Rovira que, cuando era muy jovencito, trabajaba en una fábrica, y un día cayó enfermo. El problema es que no podía dejar el telar, porque si lo dejaba, perdía el trabajo. Su padre pidió a un hermano que le sustituyera, pero el futuro geógrafo tuvo que ir igualmente a la fábrica. "Mientras mi hermano trabajaba, yo me sentaba en el suelo en una cajita, aguantando el tipo, enfermo". Mientras se siguiera produciendo, lo demás no importaba.
Los trabajadores estaban acostumbrados a la explotación --y todavía la hay-- hasta el día que empezó lo que se llamaba la "lucha de clases". También las mujeres eran explotadas, y muchas todavía lo son, pero menos desde que empezó la "lucha feminista". Fueron dos revoluciones que, a pesar de los obstáculos, se tenían que abrir camino hacia el éxito, porque el objetivo era muy claro y afectaba a mucha gente.
Las malas costumbres que he apuntado al inicio de este artículo, en cambio, son muy diversas y la mayoría no tienen aquella dimensión social. Pero graves o ligeras, estamos acostumbrados a ellas, y si hay protestas no tienen demasiado efecto. El hombre es un animal de costumbres, se ha dicho. Pero capaz de corregir las malas, si me permiten el optimismo histórico.
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