Los amantes del puente de Riga
Con la benevolencia de la dirección de este periódico he retrasado unos cuantos días la prevista reaparición de mi habitual columna. He vuelto de una semana en los países bálticos afectado por una pulmonía por legionela, que ya se sabe que no es una infección cualquiera. Pero parece que lo he superado --¿no, doctor Sanz?--, y una vez pasado el percance vuelvo al trabajo.
He estado en Estonia, decía, y los jerseys no han salido de la maleta. Allí, tan al norte, 27 grados a la sombra. Y hoteles, restaurantes, cafés y tiendas sin aire acondicionado --con raras excepciones--. No he visto ni una nube durante una semana. De Tallin, la capital, quizá hablaré otro día, una ciudad con un núcleo antiguo que es patrimonio universal.
Ahora solo voy a comentar una rareza de Riga, la capital de Letonia. El canal que cruza ondulante la ciudad es una deliciosa creación de un espacio urbano. La gente alquila barquitas. Pero pasear por los caminos que, un poco elevados, avanzan siguiendo la orilla de los canales es la mejor propuesta de Riga. Y la sorpresa: descubro que, en algunos puentes sobre los canales, algunos extraños objetos --miles de ellos-- se han adherido a las barandillas de hierro. De lejos parecen mejillones metálicos de roca. De cerca, la extrañeza: son candados. Centenares de candados que no están aquí para proteger nada contra un robo. Me acerco a ellos. Y veo que en cada uno hay dos nombres grabados. Centenares de parejas han encontrado este sistema para sustituir la grabación de iniciales en los troncos de los árboles, o la sucia apropiación de las paredes con "Albrecht-Eva", "Sebastin-Christa".
Dos nombres, pues, unidos en un candado, quizá como símbolo de una relación con voluntad duradera. Y yo me pregunto si grabar dos nombres en un sólido candado garantiza un amor más fiel y más permanente que dos iniciales esculpidas en la frágil corteza de un pino. Las inscripciones improvisadas, irregulares, hechas a punto de cuchillo, no tienen el aire formal de este emparejamiento de ferretería. Contemplo este tapiz de ilusiones públicamente cerradas y pienso qué ocurrirá cuando la pareja se separe. ¿Quien rompe la relación puede abrir el candado con su llave y lanzarlo al agua? ¿Cuántos candados se encontrarían si se rastreara el fondo del canal?
Una ruptura tranquila. Cuando el otro pase por el puente ya verá que los dos nombres han dejado de estar encadenados.
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