TEATRO

'Herència abandonada': un peso que marca a fuego

El peso del pasado, centrado en la familia, es un lastre que cuesta dejar atrás. En el tema se zambulle 'Herència abandonada', una obra que ha crecido a partir del formato del microteatro

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José Carlos Sorribes

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Hay obras de teatro que crecen y se desarrollan porque nacen bajo un formato mínimo y se impulsan después a una mayor dimensión. Es el caso de <strong><em>Herència abandonada</em></strong>, que se presentó en el 2013 en el café bar de la Beckett de Gràcia, dentro del fenómeno del microteatro (dos personajes) y seis años después ha vuelto a la sede de Poblenou de la propia Beckett. Antes también pasó  por el Tantarantana y por el festival Mikro Akadèmia, de la sala del mismo nombre. No debe sorprender el viaje porque hay en Herència abandonada un sólido trabajo teatral: de texto, dirección, interpretación y escenográfico.

Se mantienen ahora, lógicamente, los dos personajes de la pieza de microteatro: Àngela y Felip. Ella acaba de perder a su padre de forma repentina y junto a sus tres hermanos se desplaza al despacho del abogado de la familia para hablar del inevitable tema de la herencia. El encuentro de los cinco nunca llega a producirse porque los tres hermanos discuten antes de entrar en el despacho, y se marchan sin más.

A la espera de que se calmen las aguas, Àngela sí visita a Felip. Debe poner sobre la mesa la herencia tanto material –una casa y la empresa de la familia– como emocional, el cuidado de la madre, que sufre alzhéimer en una fase avanzada. [Nota a pie de página:la enfermedad se ha convertido en un tema recurrente de la escritura teatral de esta temporada. Otras dos piezas, Rita Ramon, también la abordaban].

Engranaje asentado

Es innecesario decir que Àngela es quien ha estado al tanto de su madre. Sus hermanos –además de tener sus disputas– han ido siempre a la suya. Y Felip conoce bien a su clienta porque su padre ya fue el abogado del difunto. Lo que empieza como una tímida reunión, con muchos silencios y oscuro caudal subterráneo, saltará poco a poco por los aires. Y hasta aquí podemos leer.

El engranaje de Herència abandonada, lógicamente, está muy asentado. De salida, el texto y la puesta en escena son muy pinterianas con silencios que dicen tanto, o más, que las propias palabras. El despacho, repleto de papeles y acartonado, contribuye a crear una densa atmósfera. Francesca Vadell dibuja de modo preciso, con muecas y escaso movimiento, a una mujer de aire provinciano, que parece apocada, pero que está dispuesta a todo, a romper con esa herencia familiar que la ha anulado a lo largo de su vida. Harta de ser una secundaria, busca su lugar en el mundo cueste lo que cueste. Ramon Bonvehí también perfila muy bien al anónimo y rutinario abogado que espera afrontar poco más que un trámite, pese a sus vínculos con la familia, y que se verá arrastrado a una situación inesperada.

Es entonces cuando Herència abandonada abandona toda contención y emprende el camino más desaforado, casi grotesco. Si hasta entonces, el drama de Àngela y la vida de Felip –dos personajes de una grisura rayana en el patetismo– provocaba una sonrisa gélida, el vuelco final nos lleva a la risa. Ambos se dejan llevar por un desenfreno que nunca se habían permitido.

Herència abandonada resulta, por lo tanto, una excelente carta de presentación de la dramaturga y directora Lara Díez Quintanilla. Habrá que seguir su pista en trabajos futuros.