CINE
'Mirai, mi hermana pequeña': viaje inmaterial al fondo de la familia
La nueva virguería animada de Mamoru Hosoda adopta el punto de vista de un niño para reflexionar sobre los lazos familiares y el peso del pasado
El japonés Mamoru Hosoda lleva toda su carrera creando fantasías animadas increíblemente imaginativas y estilizadas con el fin de explorar dinámicas familiares y, en especial, las complejidades de la paternidad. Sobre el papel, su séptima película puede parecer relativamente mundana; a diferencia de las anteriores, después de todo, no incluye lobos con facciones humanas ni inteligencias artificiales que intentan destruir la Tierra sino solo a una prole que intenta sobrevivir a las adversidades y aprender de ellas. En realidad, no es tan sencillo.
Mirai ofrece una mirada caleidoscópica a todo un historial familiar a partir de la experiencia –tal vez ilusoria— de Kun, un mocoso de cuatro años mimado y propenso al berrinche que ve cómo su reinado en el hogar es puesto en jaque con la llegada de su nueva hermana, Mirai. Sobrepasados por el ataque de celos, mamá y papá luchan por evitar que la negatividad del chaval degenere en violencia al tiempo que tratan de sobreponerse al agotamiento, el estrés laboral y las disputas maritales.
Un mundo imaginario
Dado el escaso éxito de sus demandas de atención y sus arrebatos egoístas, Kun se refugia en el mundo imaginario que descubre en el patio de la casa, y en el que empieza a ser visitado por apariciones de seres queridos de su pasado, su presente y su futuro: a él acuden su propia madre cuando tenía su misma edad, y su abuelo recientemente fallecido, y una versión adolescente de la pequeña Mirai, y un príncipe que resulta ser el perro familiar. Gracias a esos encuentros, Kun aprenderá a entender que, igual que él, los adultos sufren y sienten decepciones y merecen compasión, y que tanto él como su hermana son dos puntos en un continuo genealógico que se extiende atrás y adelante.
Mirai adopta el pueril punto de vista de su protagonista, lo que significa que no se toma excesivas molestias en buscar explicaciones a esas presencias mágicas; asimismo, adopta los ritmos vitales y el temperamento propios de un niño, caprichoso y obstinado y propenso a los cambios de humor. Para ello, por supuesto, cuenta con la ayuda de los dibujos de Hosoda, que deslumbran sin necesidad de llamar la atención sobre sí mismos y subrayan el impacto emocional de la historia, recordándonos que la mejor animación tiene la habilidad para acceder a la esencia de los sentimientos y la experiencia humanos con una precisión y una hondura que el cine de acción real casi nunca alcanza. Garantizamos que, al final de la proyección de Mirai, los niños entre el público estarán boquiabiertos; sus padres, mientras tanto, tendrán un nudo en la garganta.
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