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'Cold war': dos amantes contra el mundo

La nueva película de Pawel Pawlikowski no necesita más de 84 minutos de metraje para derrochar pasión y melancolía

Cold war

Cold war / periodico

Nando Salvà

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Las primeras imágenes de 'Cold war' no nos dan pista alguna de lo que vendrá después. En ellas vemos pollos, y nieve, y a un violinista de pueblo ataviado con un abrigo andrajoso; y luego más pollos, y barro. Pero, a partir de ahí, la película no tarda en moverse con elegancia de la Polonia rural de 1949 a Varsovia y a Berlín y luego a los 'night clubs' de París y de ahí, a otros sitios que es mejor no desvelar aquí.

'Cold war' es la nueva película de Pawel Pawlikowski, y compañera de viaje de la que proporcionó al cineasta polaco premios en todo el mundo, 'Ida'. Ambas lucen deslumbrante fotografía en blanco y negro y formato académico, incluyen fogonazos de música jazz y exhiben concisión narrativa. Y ambas son historias intimistas, pero también profundamente políticas sobre lo que la Segunda Guerra Mundial hizo al pueblo polaco.

En concreto, aquí Pawlikowski retrata la vida bajo el yugo estalinista a través del trágico amor entre un músico y su musa; y el resultado es una epopeya en miniatura, que condensa una década de vicisitudes y sacudidas históricas en 84 escuetos minutos. Los amantes se separan y reúnen, sucesivas fronteras son cruzadas varias veces en varios países, las líneas del destino se rompen y se reparan y los celos y las traiciones afloran.

Explicada en unas pocas líneas, la película no tiene nada de singular: como tantas y tantas otras habla de cómo, cuando ya parece haber logrado salvar todos los obstáculos en su camino, el amor a menudo demuestra no ser tan bueno como parecía; y aun así suele negarse a dar tregua a quienes son víctimas de él, y en el peor de los casos, los obsesiona, y les hace mucho daño, y hasta les destruye la vida.

PRECISIÓN NARRATIVA

Es conveniente entrar en más detalles para dejar claro lo que hace que sea tan especial: esa precisión narrativa que le permite no tener ni una escena ni una frase de diálogo de más; esa cantidad de imágenes tan bellas que uno se colaría dentro de ellas y se quedaría a vivir, incluso a riesgo de ser contagiado de la tremenda melancolía que derrochan; la habilidad con la que sugiere el avance del tiempo a través de píldoras sonoras que incluyen canciones populares campesinas, himnos propagandísticos, sones latinos, y voces como Bill Haley, Billy Holiday y Adriano Celentano.

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Por último, sobre todo, esa capacidad casi incongruente y casi milagrosa para permanecer despojada de dramatismo y aun así conseguir que las más hieráticas escenas e interpretaciones nos estrujen el corazón hasta hacernos polvo.

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