Toma pan y moja

Solo quiero la cuenta, por favor

Cuanto más extravagante sea el recipiente de la cuenta, más posibilidades tendrás de haber pagado más de la cuenta, valga la redundancia

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Òscar Broc

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La dolorosa no se maquilla. La dolorosa se muestra en toda su desnudez. Porque la dolorosa siempre se acepta como viene, no hace falta maquillaje, de nada sirven las distracciones. La dolorosa, en mi mundo, es la cuenta de un restaurante, no se confunda el lector, y la pongo en el centro del foco porque se ha extendido la costumbre de entregarla en recipientes cada vez más originales. Y hay que decir basta. 

Meter la cuenta en un pastillero, una lata de sardinas o un huevo Kinder no es, a mi modo de ver, una buena táctica. Se agradecen las intenciones, el afán por buscar cierta distensión, ese “somos un restaurante canalla”, pero hay que ir con sumo tiento, porque estas ocurrencias, por muy alineadas que estén con el ‘storytelling’ (sic) del local, pueden desvirtuar cosa mala una magnífica comida. Todos podemos explicar un chiste, pero solo unos elegidos tienen la habilidad de hacer gracia. 

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Recipientes cuqui

Dejemos de presentar la cuenta en objetos extraños, nadie lo pide, nadie lo necesita. La originalidad es un don que Dios reparte en cuentagotas y a menos que envíes la cuenta con un dron o adiestres a un mono tití para que la lleve a la mesa en triciclo, muy pocos se sentirán sorprendidos. Cuando llega la cuenta, no tienes ganas de jugar, solo quieres superar el mal trago cuanto antes, con toda la asepsia y sobriedad posibles. 

¿Qué impulsa a un restaurante a presentar la cuenta dentro de una lata de anchoas? Los contenedores cuqui, creo yo, responden al impulso infantiloide de suavizar la puñalada y desviar tu atención del expolio al que te van a someter. De hecho, lo tengo claro: cuanto más extravagante sea el recipiente de la cuenta, más posibilidades tendrás de haber pagado más de la cuenta, valga la redundancia. 

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