TOMA PAN Y MOJA

Sexo, Panteras Rosas y rock'n'roll

El químico Josep Pujol sintetizó uno de los estupefacientes más adictivos y baratos: una sustancia rosácea que dejó más dentaduras horadadas que el 'crack' en Baltimore

La "Pantera Rosa", uno de los pastelitos más emblemáticos de la generación EGB.

La "Pantera Rosa", uno de los pastelitos más emblemáticos de la generación EGB. / periodico

Òscar Broc

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En esto de alterar conciencias, los españoles siempre hemos ido varios pasos por delante del resto del mundo. 25 años antes de que Walter White fabricara en Albuquerque la mejor metanfetamina de Estados Unidos, en España ya vivíamos nuestro ‘Breaking bad’ particular. En un desvencijado laboratorio catalán, el químico Josep Pujol, fallecido el 16 de noviembre pasado, sintetizaba uno de los estupefacientes más adictivos y baratos que se recuerdan. Una sustancia rosácea que se cebó especialmente con los niños y cuya carga de azúcar dejó más dentaduras horadadas que el ‘crack’ en Baltimore.

La droga en cuestión se llamaba Pantera Rosa y fue pionera en muchas cosas, como la tendencia de bautizar narcóticos con nombres de personajes de dibujos animados (¿alguien se acuerda de los tripis Bart Simpson?). El drama que ha desatado la muerte de Pujol entre los puretas de Twitter evidencia la huella que dejó tan adictivo compuesto en la generación de los 70-80. La Movida Madrileña y ‘Hotel Glam’ parecen un episodio de ‘Peppa Pig’ al lado de los estragos psicotrópicos que la Pantera Rosa causó entre los de mi quinta.

Los que pudimos escapar de su zarpazo todavía hoy la recordamos con la nostalgia del pastillero retirado que rememora su primera pirula en el Psicódromo. Y aunque las de ahora ya no suben como las de antes, las Panteras Rosas siguen ahí, sobreviviendo en un mercado atiborrado de mandanga mucho más potente: chips, bebidas energéticas, refrescos… Atrás quedan mis días locos de Pantera Rosa, vive Dios, pero todavía tengo escondido en la cocina algún ejemplar que devoro de vez en cuando, tan solo para recordarme que sí, que yo también fui a EGB… Y he vivido para contarlo.