Conde del asalto

En esta coctelería botánica de Barcelona se hace hasta música con plantas, por Miqui Otero

El nuevo local de la Káktos Botanical Society ofrece cócteles y mercadillos vegetales, hotel de tiestos e incluso da conciertos donde se utilizan las plantas como instrumentos

COCTEL

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Miqui Otero

Miqui Otero

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–Es algo así como una coctelería de botánica, donde se mezcla la pasión por lo vegetal con el amor por el trago

–Ajá…

–Y una vez al mes tocará un tipo que hace música con las plantas como instrumentos.

  – ¿Cómo? 

Obviamente, no es necesario nada más. Cuando me dirijo a la Káktos Botanical Society, la asociación que regenta este local en la calle de Comte Borrell, 147, pienso que quizás una vez allí me sienta como el protagonista de una de las novelas inglesas más finas y divertidas de la historia: '¡Noticia bomba!' Allí, William Boot, un ensimismado experto en plantas que escribe reseñas de botánica para un diario, acaba como corresponsal en una delirante guerra civil en el estado africano ficticio de Ishmaelia. Lo han confundido con otro escritor, con el que comparte apellido. Ha sido un error.

Había sospechado que quizás así de fuera de lugar podría sentirme yo. Sin embargo, después de dar el primer sorbo a un cóctel de ron y bourbon, bañado en mantequilla de cacahuete, plátano, destilado de manzana y cacao, pienso que esto, este néctar de los dioses del Olimpo, no es un error. Es, de hecho, todo menos un error.

Aquí su cronista, un tipo de costumbres más bien sencillas, hasta ahora solo conectaría los conceptos de copa y maceta, de licor y botánica, con algo que en realidad detesta: esos balonazos de gintónic con bayas de eneldo, cáscara de limón, rodajas de pepino y, si te descuidas, perejil que sobró de la merluza, césped del estadio del Espanyol y pétalos de corona funeraria. Esos gintónics que me recuerdan a Vietnam.

Hay que llamar al timbre

Sin embargo, esto es otra cosa. Uno entra en esta asociación por la puerta, aunque antes tiene que llamar al timbre, atravesar un pasaje verde Cadillac de los años 50 y otro rosa pastel y dejar su DNI en la entrada, antes de descorrer la cortina de terciopelo. Y ya es socio (proceso rápido y gratuito). 

No hay botelleros ni marcas detrás de la barra, ya que el 'mad doctor' de estos ricos brebajes, Marcos Fernández, infusiona él mismo los licores con brotes verticales de todo tipo de plantas (a veces, durante días, los días exactos). La lista de opciones parece un conjuro de bruja buena: gin infusionado de curri, coco y licor de flor eléctrica; vodka bañado en mostaza, miel de tomillo, soda de jengibre. Si suena bien, sabe mejor, francamente.

Hotel de plantas

Llegué atraído por la idea de un tipo que usa las plantas como guitarras (en realidad, microfona las plantas y atrapa sus ondas y vibraciones sobre bases electrónicas), pero hay otras ocurrencias la mar de majas. Por ejemplo, cursos de coctelería y mercadillos de venta vegetal. O un Hotel de plantas (los socios pueden dejarlas gratis después de rellenar uno de esos cartelitos de «no molestar» que se cuelgan del pomo de la habitación especificando la especie y los cuidados que necesita su criatura). O lo que será una biblioteca temática.

Miro la estantería con la que ya se ha iniciado este proyecto y descubro uno titulado 'Bonsái', una guía de jardinería. Vuelvo a casa paladeando el cóctel de aloe vera y pensando en el arranque de otro libro titulado así, la novela de Alejandro Zambra: «Al final ella muere y él se queda solo. El resto es literatura». Y pienso, pues ojalá les diera tiempo antes de que eso pase a tomarse una copa en este sitio. Y también en William Boot, que podría haber celebrado aquí el fin de la guerra. Y, por último, en que, a veces, las asociaciones más aparentemente alocadas son las ideas más serenamente felices.

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