Conde del asalto

Triple cumple librero

Hay que celebrar que el libro no muera porque, como dijo Umberto Eco, es tan perfecto como un cuchillo o una rueda

La central

La central / Jordi Cotrina

Miqui Otero

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Los buenos libros no envejecen, porque son nuevos cada vez que un lector los abre. Sin embargo, hay que celebrar los cumpleaños de las buenas librerías. Por muchas razones.

A la novela, por ejemplo, se la ha dado por muerta unas 1.500 veces en el último siglo, pero ahí sigue, como el muerto-vivo de Peret, reivindicándose como el único invento capaz de explicar un mundo (y otros mundos, inventados o posibles) desde de los ojos de un puñado de personajes. Luego se dio por muerto al libro, cuando se insistía en que la piratería aceleraría una agonía similar a la del vinilo y el CD. El avance del libro electrónico sería implacable, pero al final se parece más a vías muertas de la evolución como el odorama (el cine con olores), las enciclopedias en CD-Rom, la Cherry Coke o el hombre neardental. Por último, Amazon tenía que haber sentenciado a las librerías, pero resulta que han abierto muchas y que se ha demostrado cierta quisquillosa fidelidad de los lectores con sus libreros. 

Bodas de plata de La Central

Estoy convencido de que me olvido algún cumpleaños, porque yo de las librerías celebraría, como en 'Alicia en el país de las maravillas', hasta los cumpledías. Pero esta última semana he visto el anuncio de varias cumpleañeras a las que admiro. 

De La Central (25 años, ¡bodas de plata!) podría decir que iría hasta para solo pisarla: el quejido placentero de las lamas del parqué al caminarla me dan más paz interior que mil horas de terapia. Cuando viajo al extranjero, no puedo evitar usarla como referencia para tasar el fondo y la calidad de cualquier librería. Y siempre concluyo que es una suerte tener ésta. Tanto es así, que he creado a personajes en mis novelas que iban allí (Bárbara les robaba libros: ¡pido disculpas!). Ahora mismo, imparto allí con un amigo un curso de escritura para chavales del Raval y no se me ocurre otro sitio para hacerlo, porque la primera idea fue que todos pudieran tener la suerte de entrar en ella.

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La Nollegiu (8 años) es especial desde su mito fundacional de película: los vecinos ayudaron en la mudanza haciendo una enorme cadena humana y pasándose los libros. O por su actual ubicación en Poblenou (tienen otra en el Clot): era una preciosa boutique de ropa, de la que han conservado probadores con telón de terciopelo y escaleras enmoquetadas. Tiene sentido: las recomendaciones, insobornablemente literarias, de Xavi son como trajes a medida. No es difícil estar allí firmando ejemplares y que pase un cliente con las bolsas del mercado (pescado y hortalizas) y desde la puerta le pregunte al librero. Que nos los quiten de las manos. 

Clubes de lectura callejeros

Por último, La Carbonera (4 años). Con un criterio afinadísimo que tiene que ver con sus libreras y con el servicio que aportan a Poble Sec. Cuando era pequeño, me maravillaban las reuniones a la fresca en la aldea de mi padre, donde las mujeres debatían leyendas y miserias con la rebequita al hombro. Pasen alguna tarde y verán lo nunca visto en la siempre restrictiva Barcelona: clubes de lectura en plena calle. El último Sant Jordi, después de firmar, me dejé un jersey. He pensado en recogerlo, pero me hace ilusión que se quede allí, para que disfrute más de la compañía. 

Hay que celebrar, sí, que el libro no muera porque, como dijo Umberto Eco, es tan perfecto como un cuchillo o una rueda. Y, también, los cumpleaños de las librerías que tenemos la suerte de disfrutar en esta ciudad

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