Conde del asalto

Perdido en el supermercado

Ya lo decía Warhol: lo que necesitamos es que “las pequeñas cosas que nos rodean nos emocionen de repente”. Así que hagamos de las compras de súper un ocio cultural, a falta de otro

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Miqui Otero

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Desde que, en el rigor estricto del primer confinamiento allá por abril, celebré mi 40 cumpleaños saliendo solo para entrar en un supermercado, intento ver el potencial de ese escenario. 

Quiero que me pase lo mismo que empujó a Andy Warhol a decir que lo que necesitamos es que “las pequeñas cosas que nos rodean y que habitualmente nos parecen aburridas nos emocionen de repente”. A él le sirvió para forrarse firmando cuadros de sopas de tomate y de cajas de Brillo. Según él, el estallido de objetos de consumo después de la segunda guerra mundial significaba algo artísticamente y, aunque esto no es una guerra ni yo espero forrarme, intento pasar el rato ahora que ya no voy a conciertos ni al cine. 

El lugar idóneo para una primera cita

No soy el primero ni el último. Por ejemplo, en 'Common people', la canción de Pulp, es el lugar idóneo para una primera cita entre un joven inglés de clase trabajadora y una pija de origen griego. Como el primero no sabe a dónde llevar a la segunda, decide citarla en un supermercado. Allí le dice que cierre los ojos e intente imaginar que no tiene dinero, ¿qué haría en este lugar? Ella le contesta que qué mono y divertido, qué ocurrencia, y él le dice que no ve a nadie más que sonría en todo el supermercado. Como ahora. 

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The Clash, por ejemplo, usan los supermercados para explicar las (pocas) oportunidades que tienen algunos. Un personaje que vive en un barrio periférico y que escucha los gritos de los vecinos peleando y que ahorra cupones. Es Lost in the supermarket: “Vine por una oferta especial”… y ahora está perdido. 

También, claro, puede ser el mejor plató para una película de terror. Es lo que le sucede a una tal Mari Pili en Madrid. Ella entra muy mona, con su “faldita de goma”, pero de repente desaparece. Entra el estribillo: “Terror en el hipermercado, horror en el ultramarino”. La cosa acaba más bien mal en la sección de congelados, pero antes Alaska, Carlos Berlanga, Ana Curra, Benavente y Canut han enarbolado botes de laca y se han paseado por ese nuevo escenario. 

Aguacates de terror

De momento, yo la máxima peli de terror que he vivido allí es mirar el precio de un aguacate o ver a gente sin ojos (es decir, con gafas empañadas por la mascarilla). Y poco romance ha habido, aunque sí he intentado tasar la belleza y el arte de un frasquito de salsa Espinaler de vermú (me siento identificado últimante con el logotipo de la raspa de sardina medio beoda). Pero insisto en hacer de esas compras un ocio cultural, a falta de otro.

Los lunes, la sobriedad de carcasas para sopa y productos básicos, en el súper de nombre compuesto que empieza por B y acaba por A. Los martes, alguna licencia en el que empieza por D y acaba por A (extraña parafilia con su cerveza de marca blanca). El miércoles, me animo en el que empieza por B y acaba por U (también de nombre empezado por E y acabado en T), donde hay unos carritos convertidos en coches infantiles que me hacen sentir como en los autos de choque de una 'festa major' con mi hijo (hasta le hago la bocina con los labios en sordina). Jueves, quizás repito. Viernes, la trampa consumista del súper caro que empieza por S y acaba por I, con sus mil anzuelos de productos de juguetes animados y su buena selección de vinos. ¿Sábado? Uno se pone las mejores galas para ir al que empieza por M y acaba por A, que es como el equivalente de una discoteca de tres pisos, enorme, donde hasta pruebas colonias. Fiebre del sábado noche.

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