Conde del asalto

Kiwis con mascarilla

Hace unas semanas el grupo barcelonés lanzó 'Vida exterior', uno de los discos más bonitos que he escuchado en los últimos tiempos

GRUPO KIWIS

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Miqui Otero

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Llevo un año sin ver un concierto y me siento como si llevara un año sin ducharme.

Hoy tampoco voy a ir y eso que tocan Kiwis en L'Hospitalet, que hace unas semanas lanzaron 'Vida exterior', uno de los discos más bonitos que he escuchado en los últimos tiempos. Me pongo el disco y Kiwis son un poco como esa canción de Dean Martin que habla de junio en enero. Cantan sobre euforias pasadas, chubascos que han dejado mojada la acera y momentos de la vida, al aire libre, que parecían pequeños hace un tiempo pero que ahora son enormes.

Como no puedo ir, pongo el disco: pop de guitarras riachuelo, melodías saltimbanquis y baterías de latidos constantes que dan un vuelco cuando se alegran. ¿Cuando se suman los coros? Parece que los estén cantando los amigos alrededor de una mesa llena de copas. Creo que Kiwis, de Barcelona, formados por Marc, Inés, Jordi y Marta, atrapan muy mucho cómo me siento. Como la fruta que les da nombre, son terciopelo marrón por fuera y verde 'calippo' por dentro (abrigo exterior contra el frío, con el verano irisado de otra época en el interior). Y todos somos como los otros kiwis, los pájaros que tambén les ceden su nombre: viven en Nueva Zelanda, esa isla remota donde no existían los mamíferos. Con las alas demasiado pequeñas, las plumas que son casi pelos. Los pájaros suelen tener los huesos vacíos para no pesar y elevarse. Pero ellos, los kiwis, tienen médula, como nosotros, así que no pueden volar y a veces parece que se acuerdan de eso y se ovillan en una pelota y se quedan en un rincón. Un día todo cambia y no se puede deshacer.

'Fer', una de sus mejores canciones

Escucho 'Fer', una de sus mejores canciones: es mejor haber tenido que desear. Es mejor haberlo vivido y poder explicarlo. Desde que tenemos menos vida exterior y no podemos ir a los sitios, hemos aprendido a que nos lo cuenten. Así que les he pedido a los Kiwis que me expliquen su concierto en el Espai Zowie, en L’Hospitalet.

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Ahí tenéis a Marc, por ejemplo, que canta y toca la guitarra, pero que ahora se asoma entre cortinas para ver si el público está preparado justo antes de arrancar. “Es una sensación extrañísima, ver a todo el mundo sentado en sillas”, dice. “Es algo así como una obra de teatro de fin de curso más que un concierto de cervezas y pogos”, añade. En esas funciones al final del año académico se aplaude todo, incluso el fallo, porque encima de las tablas hay niños y en la platea, padres. Aquí probablemente las ganas de que todo salga bien sean las mismas. 

El 'riff' imbatible de 'La llum'

Esto ya ha empezado, quizás con el 'riff' imbatible de 'La llum', y yo no estoy pero muy probablemente el patio de sillitas parezca un concierto de 'La marcha Radetzky' en Añonuevo al que solo han asistido cirujanos con mascarilla quirúrgica. Jordi, el guitarrista zurdo mira a los que escuchan, con su mascarilla colgada del cuello, como esos músicos que tocaban con la acreditación del festival de música como collar. “Mi novia, en primera fila, siempre me hace algún gesto para decirme qué tal. Pero con la cara tapada por la mascarilla, como solo le veía los ojos, no sabía qué pensaba. La próxima vez le pediré que use el pulgar”, dice. Jordi que antes miraba al frente, ahora tiene que bajar más la mirada para cruzar alguna con los de las sillas. Marc nunca mira demasiado al público: a veces, incluso, se pone gafas de sol o olvida intencionadamente las lentillas, para quedarse en su mundo. Inés sonríe como lo haría en un concierto, y un mundo, sin covid ("enseñando el disco al público, con una sonrisa espléndida, después de todo, de una hija y de una pandemia", nos chiva Júlia, desde primera fila) y Marta anda atareada aporreando sus tambores, como quien intenta organizar el menaje de ollas de una cocina y que además no decaiga el ritmo de la vida.

El concierto fue genial

El concierto, lo dicen los que lo vivieron, fue genial. Eso sí, falta algo. El baile, por ejemplo. Los cuerpos y las bocas. Esto va del último concierto que han dado Kiwis y yo recuerdo el primero, en una pequeña galería. Volvíamos de una manifestación del 8 de marzo de hace tres años. Había pancartas en primera fila y yo, por alguna razón, había comprado anillos de gelatina luminosos a un paquistaní, así que veías luces de todo color en las primeras filas apuntando al techo. La gente bailaba mucho, antes. "En L'Hospitalet solo bailó una persona, claro, en la última canción, 'I ets tu'. Y lo hizo porque le pilló el 'hit' de camino al lavabo", recuerda Jordi. Los kiwis, la fruta, van bien, de hecho, para ir al baño. Para ciscarse en la tristeza también.

Dicen los Kiwis que la música para gente sentada está pensada para músicos que tocan sin errores. Y que no es ese su caso. Los fallos, y los bailes, son parecidos: son lo humano. Yo, que esa noche escuché su disco, 'Vida exterior', con los calcetines sobre la alfombra del comedor, pienso algo parecido. Somos plantas de exterior que parece que nos acostumbramos a estar en interiores, pero que empezamos a marchitarnos. Ir a un concierto con mascarillas es poner esa planta al lado de una ventana: hay cristal, no es lo mismo, no hay brisa, pero entra una luz cada vez más necesaria.

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