Conde del asalto

'Tió' cagado de miedo

Estamos esperando el momento de descargar toda la frustración de un 2020 de vida afeada y triste en un trozo de madera con barretina

ONBARCELONA CAGA TIO

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Miqui Otero

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Si yo fuera el 'tió', no salía de debajo de la manta y percibiría los días hasta Navidad como la cuenta atrás del condenado en el patíbulo.

Niños que acumularon semanas de encierro mientras los perros paseaban, padres conciliando lavadora con portátil, Zoom con pañal cargado, solteros sometidos a votos de semicastidad por la pandemia y animales nocturnos con toque de queda esperando el momento de descargar toda la frustración de un 2020 de vida afeada y triste en un trozo de madera con barretina. 

Tanto las familias más prudentes como las que juntarán bajo un mismo techo más burbujas (familiares) que una Coca-Cola aderezada con alka-seltzer se reunirán alrededor de esa cepa con ojos y sonrisa y tendrán la excusa perfecta para “liberar tensiones”. Lo harán, quizás, con el ímpetu reclamado en esas excursiones de empresa en las que ejecutivos y currelas son invitados a destrozar con un bate un coche o una lavadora. En este caso lo harán no sólo ciscándose en su jefe, sino cagándose en este año infame.

La tradición de hacer cagar al 'tió' viene de antiguo y se supone relacionada con determinados rituales del solsticio de invierno que invocaban la fertilidad, la abundancia y la naturaleza. Quiere la ironía histórica que este año muchos le aticen al trozo de madera con un encierro perimetral urbano, por poner un ejemplo. Se supone que la gracia reside en que incluso el tronco más seco podía, si se le ofrendaban vasos de agua y pieles de mandarina, responder con buen humor cediéndonos regalos humildes pero dulces. “No cagues arenques”, se le dice al 'tió' mientras se canta su himno y se le varea, “que son demasiado salados. Caga turrones, que son más buenos”. A renglón seguido, incluso, se le exhorta a que mee champán, un verso de algún poeta con delirium tremens. 

Tratarlo a palos para que nos produzca bienes admite una lectura marxista relacionada con el mundo laboral. Y en nuestro contexto, con el pandémico. La tradición se había suavizado últimamente y en muchas guarderías se le frotaba con guirnaldas para que cagara sus regalos. 

Lo más parecido a un festival

Nosotros, con unos amigos, fuimos a “descubrir” el 'tió' en la montaña para que lo rescataran nuestros hijos (escóndete, me daban ganas de gritarle). Como hacía frío, montamos el ritual en el Parc de la Ciutadella, a los pies de un árbol que el hijo mayor de la pareja amiga bautizó como el Árbol de Totoro. Mi amiga montó una gincana de pistas por el camino para saber de su paradero: fue lo más parecido a ir a un festival de música, de aquí para allá, que hemos tenido este año. Finalmente, después de darle patatas Lays a los patos del estanque, encontramos a los 'tiós': sus ojos Disney, su barretina, su sonrisa impermeable al contexto mundial

Por la noche, incluso mi hijo veía algo pobre que le pusiéramos mondas de mandarina para cenar, pero finalmente lo aceptó. Al fin y al cabo, por qué darle unas semanas de felicidad antes de someterlo al martirio. Ahora solo hay que esperar a la noche de Navidad. Quizás, al menos, entendamos, como Marco Aurelio en sus 'Meditaciones', que los regalos más básicos (sean dulces o tonterías varias del Tiger o del bazar chino) brillan tanto como los más opulentos en tiempos como los nuestros. Quizás, además, podamos “liberar tensiones” mientras le atizamos para reclamarle a un tronco lo que 2020 nos ha quitado.

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