CONDE DEL ASALTO
El último concierto
Las salas de música en vivo se unen para un concierto en 'streaming' para reivindicar un plan de choque que las salve
Miqui Otero
Escritor
Vivimos, sobre todo los locos de los libros y los discos, bajo el hechizo de la primera vez. «It’s my first time», cantaban The Boys y nosotros podríamos recordar el primer libro que nos hizo reír de pequeños, el primer beso en un portal, el primer viaje, la primera noche en cama ajena y la primera canción que nos habló a nosotros. Me está hablando a mí, solo a mí.
Vivimos en la primera vez, sí. Aunque nunca sabemos cuándo será la última. En 'A propósito de Abbott', por ejemplo, el escritor Chris Bachelder habla de un señor en plena crisis de la mediana edad. Yo ya lo había leído hace diez años, pero ahora, después de cumplir 40 en pleno confinamiento estricto el pasado abril, me temo que lo entiendo aún más. Dice el libro que sabes cuándo das la primera voltereta, de niño y en el colegio, pero no sabes cuál es la última. Cuándo dejas de ser elástico y deportivo, cuándo te apetece por última vez darla o cuándo la das sin riesgo de contractura.
Hay, pues, el momento en el que se deja de hablar de la primera vez para hablar de la última. Y es tan importante una cosa como la otra. Y es especialmente triste si de lo que se habla es, por ejemplo, de un último concierto.
Una forma de protesta
Nadie está preparado para saber que va a ir por última vez a un concierto. Ni siquiera los garitos que los acogen. Desde hace unas semanas, las fachadas de algunas de las principales salas de conciertos del país muestran precisamente ese mensaje en tamaño de letra gigantesco. En ellas, pone: '¿El último concierto?' Y justo debajo, la fecha de fundación de esa sala y el 2020.
Es la forma de protestar de un sector especialmente castigado por la pandemia. Se dice que de la música en vivo en estos locales dependen 5.000 trabajadores directos, que llevan en erte desde mucho antes que todo el mundo llevara mascarilla. Se han cancelado desde entonces, a nivel estatal, unos 25.000 bolos, con pérdidas de hasta 120 millones de euros.
Las cifras impresionan, sin duda, pero yo aún tengo que pasar a pesetas cuando hablo de más de un billete de 20 euros. Así que lo que da verdadera pena es pensar en que, verdaderamente, muchas de ellas podrían celebrar su último concierto en breve.
Quedamos en los bafles
El título de la campaña da nombre a una iniciativa concreta: el próximo 18 de noviembre a las 20.00 horas esas salas se unen para un concierto en streaming para reivindicar un plan de choque que las salve. La iniciativa es buena, encomiable, aunque sea un poco como celebrar la primavera con un pícnic en la moqueta de casa. Lo que querrían esas salas, y también nosotros, es poderlo hacer en directo, como siempre, bochinche de brindis y cállate que no se escucha y móviles o mecheros en alto y están tocando la favorita justo cuando voy al baño y mira las caras de toda esa gente cuando suena ESA canción.
Todos, insisto, recordamos nuestro primer concierto. ¿El mío? Siniestro Total en un campo de fútbol cerca de la aldea donde pasaba las vacaciones. Pipas y besos y primeros pitis mentolados y litros y «sea tan amable y diga qué le debo». Nos gustaba recordar con cierta nostalgia ese primer momento eléctrico pero ahora no hay que hablar del primero, sino del último. Ojalá no lo sea. Ojalá campañas así ayuden. Ojalá queden muchísimos más. Quedamos en los bafles de la izquierda, mirando al escenario, trae un par de birras, ya tocan el hit.
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