Conde del Asalto

La Catalunya enana

¿Cómo no iba a funcionar Catalunya en Miniatura en una Catalunya pastoreada y controlada por dos personajes de la altura (moral y física) de Josep Lluís Núñez y Jordi Pujol?

El parque de atracciones Tibidabo de Catalunya en Miniatura.

El parque de atracciones Tibidabo de Catalunya en Miniatura. / periodico

Miqui Otero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Existe una Barcelona donde los Juegos Olímpicos no se han celebrado, que carece de Starbucks y plazas duras, pero está fuera de Barcelona. En concreto, en Catalunya en Miniatura

La primera idea de este parque temático surgió el año que yo nací: elegir lugares representativos y reproducirlos a escala 1:33. El monasterio de Poblet, la Torre Galatea, Montserrat o la Sagrada Família, tras cuyas torres los niños se asomaban como Godzillas, quizás enfadados con cómo se financiaba su desarrollo. Cinco años después, en 1985, Nicolau Casaus puso la primera cartón-piedra (y quizás algo de pavesa de su habano) en la réplica del Camp Nou. Aquello sucedía cuando un tipo con mostacho y pelo débil, Calderé, podía ser un ídolo culé, cuando a cualquier chaval medio rubio se le conocía como Schuster. 

Era otra Catalunya esta Catalunya en Miniatura, donde las guerras eran guerras del cava (curiosamente, hay varias reproducciones de marcas de esta bebida) y donde el 'president' se paseaba por Catalunya como un niño deambulaba por Catalunya en Miniatura: como un monstruo enorme o un dios malintencionado. ¿Cómo no iba a funcionar Catalunya en Miniatura en una Catalunya pastoreada y controlada por dos personajes de la altura (moral y física) de Josep Lluís Núñez y Jordi Pujol? 

Ni rastro de Torre Agbar ni Parc del Fòrum

Catalunya en Miniatura sigue situada en Torrelles de Llobregat y uno vuelve a ella para comprobar que los edificios aún no han crecido y para sentirse tan importante como la primera vez que se vio más alto que la estatua de Colón. Y, como nada ha cambiado, ni rastro de Torre Agbar ni de Parc del Fòrum, puede jugar a pensar que él tampoco lo ha hecho.

El escritor argentino Julio Cortázar se pasó media vida rondado por unas imágenes que se colaban en sus sueños una y otra vez: «Una ciudad con raros edificios, todos coloridos y con extrañas cúpulas. También un gran parque». Él lo asociaba a Buenos Aires, a París o a algún cuento fantástico. Pero el caso es que cuando estalló la Primera Guerra Mundial había vivido un par de años en Barcelona. Él tenía solo cuatro, así que siempre pensó que no recordaba gran cosa de aquello. Pero el sueño regresaba puntual: grandes torres de pedazos rotos donde el sol restallaba como sobre caramelos de muchos sabores, hasta que vio una fotografía del Park Güell. Más de medio siglo después decidiría visitarlo. La decepción fue morrocotuda. Intentar contrastar la memoria es peor que conocer a tu ídolo. 

Siempre que volvemos a la casa de nuestros veranos infantiles o a nuestro primer colegio, por ejemplo, todo parece increíblemente más pequeño. Somos más grandes y por tanto más torpes y por tanto más tristes. Eso aquí, en Catalunya en Miniatura, tampoco sucede. O no del todo. Porque quizás no ha cambiado tanto como parece. 

Aún hay todos esos lugares que aprendiste paseando por ellos al trote Gulliver. También una enorme Nave de Grupo Zeta, una planta de producción de La Piara, el funicular. Más de tres décadas después, esperé de nuevo a que apareciera Copito de Nieve y se encaramara a la réplica de la Sagrada Família (yo, obviamente, le lanzaría aviones de papel). Pero lo único que apareció, cuando pensaba en mis cosas, fue un retaquito con mi apellido que casi cruzó las Ramblas de un salto y se me abrazó a la pierna. 

Catalunya en Miniatura se puede vivir de muchas formas. Pero también como ucronía. ¿Cómo sería Barcelona sin Olimpiadas, sin Starbucks, sin que hubiéramos envejecido? Así.