Nuevo cómic
Jaime Martín: "Me gusta hurgar en la parte fea del ser humano"
El autor de 'Siempre tendremos 20 años' presenta en el Cómic Barcelona 'Un oscuro manto', una historia de curanderas en un remoto pueblo del Pirineo del siglo XIX
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Anna Abella
Periodista cultural
En esta casa desde 1990. Periodista cultural. Buceando en el mundo de los libros desde 2005.
"No es en absoluto una historia de brujas", recalca Jaime Martín sobre su nuevo cómic, tan sombrío y tenebroso como augura su título, ‘Un oscuro manto’, un relato ambientado a finales del XIX en un remoto pueblo del Pirineo catalán frecuentado por lobos y que se enfrenta a un brote de rabia. Lo coprotagoniza Mara, una anciana ‘trementinaire’, aquellas sanadoras que desde tiempos inmemoriales fabricaban remedios medicinales naturales y sabían usar los venenos, mujeres que en los años de la Inquisición habían sido especialmente perseguidas acusadas de brujería. Un día, en el bosque, encuentra a una misteriosa joven desfallecida que huye de la Guardia Civil.
Martín (L’Hospitalet de Llobregat, 1966) venía de terminar la trilogía familiar sobre sus padres, sus abuelos y su propia juventud, ‘Las guerras silenciosas’, ‘Jamás tendré 20 años’ (Premio del Salón del Cómic 2017) y ‘Siempre tendremos 20 años’. "No quería estirar el chicle de lo autobiográfico y me apetecía acercarme al terror, hurgar en la parte fea del ser humano, me gusta hacerlo. Y además tenía ganas de dibujar naturaleza".
Aunque incluye notas de ‘thriller’, de terror y fantástico, Martín quería centrar ‘Un oscuro manto’, que Norma lanza en castellano y catalán como novedad del Cómic Barcelona, "en la cuestión social, en cómo de opresivo podía ser vivir en zonas aisladas de la montaña en un contexto histórico en el que empieza a haber una lucha feroz entre la Iglesia y la nueva sociedad laica que llega con la industrialización", explica. Durante la exhaustiva investigación -"es la parte que más disfruto, tiendo a sobredocumentarme", admite-, al dibujante le llamaron la atención "las encíclicas donde los curas decían a los padres que no llevaran a sus hijos a las escuelas laicas que empezaban a aparecer en las ciudades porque eso era peor que tirarlos por un barranco o entregar a una hija a la prostitución". Aquello, añade, "era ya en sí una historia de terror".
Confinamiento y miedo
Martín empezó a escribir el guion durante el confinamiento. "Ese ambiente, las noticias… conectaban con el ambiente de la historia. El miedo hace que salga lo peor que llevamos dentro. Lo vimos en pandemia y es lo que pasa en el cómic cuando se descubre que alguien tiene la rabia y se está propagando. El cura insta a desconfiar del forastero, de la gente que viene de fuera, porque puede traer lo peor. Y se desata el miedo, que es el motor que hace aflorar lo peor del ser humano", recalca mientras recuerda cómo se sintió la primera vez que salió a la calle con mascarilla. "Todo era como en una película, todos iban despacio, mirándose. Era una situación rara, de pánico a lo desconocido, que afecta y tensiona las relaciones entre las personas. Quería reflejar eso en el cómic".
Mujeres, la parte débil
En ese mundo patriarcal, cerrado, hipócrita, desconfiado y duro de alta montaña, donde la convivencia entre vecinos no es precisamente buena, es donde "las mujeres eran las que estaban sujetas con puño de hierro, eran la parte más débil de la sociedad, y sufrían con más crudeza ese ambiente opresivo que cortaba sus intentos de escapar de los convencionalismos". Y las ‘trementinaires’ eran los personajes idóneos en ese escenario. "En el resto de España tenían otros nombres. Curaban con preparados de hierbas, asistían partos y acompañaban a los moribundos… Hacían la labor de los médicos, que difícilmente llegaban a las zonas rurales, y cuando no había dinero para pagarles -relata-. Debían ser autosuficientes, porque en los pueblos aislados en pleno invierno, alguien debía saber afrontar la rotura de una extremidad o una enfermedad. Solían vivir solas y no creían en el dogma de la Iglesia sino en los hechos: sabían si una planta va bien o no a base de prueba error. Iban de pueblo en pueblo vendiendo sus remedios. Eran muy solidarias entre ellas, habían tejido una red de apoyo". La última que se recuerda dejó el oficio en 1984.
"Todos tenemos claro que el mundo se va a ir al carajo por un motivo u otro"
Pese a la negritud de la historia, y ya que "todos tenemos claro que el mundo se va a ir al carajo por un motivo u otro", al final Martín concede algo de esperanza. Tiene en mente ya otras historias. Una de ellas, vuelve a ser familiar, sobre la adolescencia de su suegra como criada en una casa de gente bien de Barcelona. "Las fustigaban muchísimo. Es toda una historia de maldad".
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