Historia

'The battle of Valencia': los archivos británicos de la Transición

El historiador Natxo Escandell documenta la atención despertada por el proceso estatutario valenciano en la embajada de Reino Unido a finales de los 70 y principios de los 80

El autor señala la preocupación de que germinara en Valencia una identidad cultural diferenciada de la española y de los vínculos con Catalunya

‘The battle of Valencia’: los archivos británicos de la Transición

‘The battle of Valencia’: los archivos británicos de la Transición / EL CAMERAMAN

José Luis García Nieves

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Valencia fue un reino, pero mantiene vínculos históricos con Catalunya y Aragón. Su lengua materna se parece al catalán, pero apenas se utiliza. Sus políticos juegan mucho con la bandera y la lengua, pero sus habitantes están mucho más interesados en ganar dinero. Es próspera económicamente, con la mejor tierra de España y la mayor concentración de la industria del motor. Al igual que Andalucía, depende en gran medida de los turistas que se agolpan en sus playas”. Cualquiera diría que Parsons, el embajador británico en España que firma estas líneas, tenía una bola de cristal. La definición se acerca bastante a lo que un observador lejano, sin los matices que concede la proximidad, podría suponer de la Comunitat Valenciana de 2024. Pero no. Tiene más de 40 años. Lo redactó en 1983 y es uno de los numerosos cables y documentos elaborados por la embajada británica en España y desempolvados por Natxo Escandell sobre los años de la ‘Transició’.

Escandell (Carcaixent, 1988) acaba de presentar 'Ni fet ni desfet' (editorial Afers, 2024), una historia sobre el nacionalismo político valenciano que arranca en 1974 y que se basa en su tesis. Para completar su investigación realizó una estancia doctoral en la London School of Economics en 2017, con Paul Preston, uno de los hispanistas más prestigiosos del mundo. Eso le permitió acceder al Archivo Nacional Británico. Y le permitió, sobre todo, constatar que el proceso autonómico valenciano, con una consideración menor en la reciente historia política española, despertó más atención internacional de la que se podía presuponer.

'Temor' sobre València

¿Por qué? Políticamente, lo que ocurría en València “sí era importante”, señala. “Incluso había un temor. Todas las encuestas sociológicas de los años 70 daban al valencianismo político una importancia que luego no se dio, porque hubo unos factores externos que trabajaron para que eso se diese. La embajada británica lo tenía muy claro. Hablan de términos como ‘la gran Catalunya con Valencia’. Hablan del problema rampante del valencianismo político que se puede ir con Catalunya; de que hay que crear un obstáculo deliberado. Todo eso se reduce a que hay que hacer alguna cosa con el valencianismo político”, señala Escandell.

Esa atención de la embajada se concentra especialmente en 1982, l’any de l’Estatut. A título anecdótico, los archivos de 1981 (el año del golpe del estado pero también un año también clave para entender el proceso negociador valenciano) están clasificados y solo pueden exhumarse con la autorización del estado español. Ese vacío limita la comprensión.     

Según Escandell, que ha analizado toda la correspondencia entre la embajada y el Ministerio de Asuntos Extranjeros y de la Commonwealth, aunque el interés por la Comunitat Valenciana no era prioritario frente a Catalunya o el País Vasco, sí que existía. Incluso se sitúa entre las temáticas más tratadas en 1982. Uno de los asuntos más relevantes es el temor a que el proceso democrático condujera a una posible absorción de la sociedad valenciana en el imaginario de los Països Catalans.

La manifestación de 1977, punto de partida

Es la manifestación del 9 d’Octubre de 1977 (se estimó en 600.000 personas la multitud que salió a las calles) la que comienza a despertar interés por lo que sucede en Valencia. El diplomático Warren-Gash informa a sus jefes de que tras aquella marcha se ha impulsado un movimiento político para “preparar un proyecto de autonomía para el debate con el Gobierno central”. “La región de Valencia y las Illes Balears, aunque relativamente prósperas, buscan el reconocimiento de su carácter distintivo en el uso del catalán. (…) El argumento más utilizado por los contrarios a la regional devolution (autonomía) es que la concesión de poderes reales a las regiones ha de implicar cierto control sobre la manera de aumentar y gastar los recursos”, comentan ese año 1977.

Tal como se desprenden de los documentos de esos, la cuestión territorial, el debate autonómico, se concebía como esencial dentro de la estabilidad de la recién nacida democracia española. Los británicos reconocen ese temor. “A largo plazo, nadie puede estar seguro de que los gobiernos de España puedan evitar que este delicado tema acabe siendo finalmente un explosivo”, apuntaba el embajador Richard Parsons en 1980. “¿Caerá España a trozos?”, se preguntaba otro diplomático en un informe confidencial ese año. 

Con todo, en clave valenciana, la perspectiva sobre València se asimilaba al imaginario del “Levante feliz”, una idea que concibe con la imagen que trasladaban también otras potencias en sus informes internos, como Estados Unidos. Lo consigna el diplomático británico Humphrey J. Maud, tras una visita por tierras valencianas. Sin embargo, había un problema latente al cual prestar atención: “La posición (valenciana) en el debate regional como un área limítrofe con Catalunya, con algunas pretensiones de una identidad cultural separada (de la española), pero sin la reivindicación apabullante de su vecino o del País Vasco por un estatus constitucional separado”. 

Es en ese momento, en 1980, cuando se empieza a percibir la posibilidad de una identidad diferenciada en términos problemáticos para la transición española. Por aquellos días, la política local es un espectáculo “ruidoso”, en torno a cuestiones como “la lengua valenciana, la bandera y el himno oficial”. Eran los temas que dividían a UCD y al PSOE, y el diplomático, tras atender a las explicaciones, es incapaz, por ejemplo, de entender los motivos de por qué incluir o no la franja azul en la senyera.    

Fiasco electoral

Cabe destacar, como apunta el propio Escandell, que las expectativas sociológicas de los años 70 chocaron con la realidad electoral. Con un momento decisivo: en las elecciones generales de 1977, ni el antiguo PSPV (previo a la absorción por el PSOE) ni la UDPV lograron superar las barrera electoral y entrar en el Congreso. En torno al 4% de votos entre los dos partidos.

Las expectativas electorales frustradas de las fuerzas valencianistas, sin embargo, no desvían la atención británica, sobre todo en 1982. En mayo de ese año se dan algunos de los documentos más importantes, donde se aborda el proceso autonómico valenciano como problemático en el contexto español. El texto se centra en el conflicto entre los dos grandes partidos (UCD y PSOE), en torno a los tres principales puntos de controversia: el nombre de la autonomía, la bandera y el idioma. “El nuevo texto (Estatut) responde a la preocupación de los partidos valencianos locales por evitar la aparente absorción en los Països Catalans. Esta es la mayor preocupación de Abril Martorell, de la UCD, y del ala derecha de la UCD y de Alianza Popular”. El exministro del Gobierno y hombre fuerte de Suárez es una presencia recurrente en estos informes.     

“Abril Martorell realmente temía que el nacionalismo pujante fuera la la mayor amenaza para la democracia. El estatuto de Valencia fue un obstáculo deliberado para el imperialismo catalán”, escribe el 10 de mayo de 1982 el diplomático David Reddaway a Londres. Poco después, el 1 de julio, se aprobaría l’Estatut en el Congreso.    

"Obstáculo deliberado"

El historiador ha llegado a la conclusión de que una identidad valenciana ligada a Cataluña era vista como un potencial desestabilizador a un importante aliado económico, como era la naciente España democrática que debía entrar en Europa. “Lo que saco en claro es que más allá de que lo intuíamos, el ‘blaverismo’ estaba más institucionalizado de lo que pensábamos. Los documentos dan fe de que no solo era una cuestión social. Había un trabajo del Estado detrás para crear un problema, crearon un obstáculo deliberado que seguimos arrastrando. No es solo el ‘blaverismo’, es una identidad nueva que, más o menos modificada, continúa arraigada. Hay un trabajo de oficina y de fontanería desde los poderes fácticos y tiene su origen en la transición”. 

¿Fue todo impuesto? “La sociedad valenciana también lo creyó. Hubo factores sociales fuertes que hicieron que (ese conflicto social) se pudiera realizar”. “Hubo también factores políticos que reforzaron esa deriva identitaria, sobre todo procedentes de la UCD, como actor activo, y la izquierda española, que acabó adoptando una posición equidistante. Acabaron de perfil dejando entrar un problema en el País Valencià, que hoy, modificado, menos violento, continua arrastrándose”, señala Escandell, que recuerda que 8 de cada 10 atentados o actos vandálicos en la transición fueron perpetrados por la extrema derecha y el blaverismo, según datos de Borja Ribera.