Entrevista

Alex Garland, director de 'Civil War': "La dicotomía izquierda-derecha ha prescrito, prefiero hablar de la oposición entre centrismo y extremismo"

"En estos momentos el frenesí y la histeria son demasiado intensos, y soy consciente de que la película podría ser usada para añadir más leña al fuego", confiesa el director de 'Civil War'

El director de 'Civil War', Alex Garland, el 2 de abril en Los Ángeles

El director de 'Civil War', Alex Garland, el 2 de abril en Los Ángeles / VALERIE MACON / AFP

Nando Salvà

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La democracia lleva años herida en la cuna de la democracia moderna, y Alex Garland ha convertido el miedo y la tensión que eso provoca en nutriente dramático esencial de su nuevo largometraje, ‘Civil War’, apabullante retrato de un futuro cercano en el que los Estados Unidos ya no están unidos sino, en cambio, sumidos en la tiranía, el caos y la locura.

Protagonizada por un grupo de reporteros que atraviesan un país que se carcome desde dentro, la película nos sumerge en el apocalipsis a través de una sucesión de escenas de acción trepidantes y desgarradoramente creíbles, y las conexiones que establece sutilmente mientras tanto entre esa pesadilla imaginaria y el desorden mundial que podría provocar un nuevo ascenso al poder de Donald Trump la convierten en una aplastante advertencia sobre nuestra vulnerabilidad frente a los autócratas, y frente a nuestra propia complacencia. A través de ella, el británico reitera el interés que ha mostrado por las distopías y las situaciones de abuso de poder a través tanto de sus películas previas como director -’Ex-Machina’ (2014), ‘Aniquilación’ (2018), ‘Men’ (2022)- como de los guiones de ‘La playa’ (2000), ‘28 días después’ (2002) y ‘Sunshine’ (2007).

Desde su estreno en Estados Unidos, ‘Civil War’ ha generado una enorme controversia. ¿Previó usted que eso sucedería?

Sí, por supuesto. Pero mientras hacía la película decidí no tenerlo en cuenta, por dos motivos. En primer lugar, pensar en ello habría afectado mi toma de decisiones, y tal vez me habría llevado a censurarme o a tratar de hacer una película más tibia. Además, una de las razones por las que vivimos en un mundo tan polarizado es la histeria que intoxica el discurso público. No digo que los argumentos políticos e ideológicos razonables no existan, pero están tan envueltos de ruido y furia que son invisibles. Y, en cierto modo, la película es mi reacción a esa histeria, un intento de señalar el problema. Sé que muchos pensarán que la he hecho precisamente para nutrir la polarización, pero no. Todo lo contrario.

De hecho, da la sensación de que uno de los principales motivos de crítica contra ella es que no es el ejercicio de propaganda anti-Trump que muchos esperaban que fuera...

Yo soy una persona de izquierdas, principalmente por lo que pienso acerca del efecto que la economía tiene en las vidas de las personas y de quién debería pagar más impuestos. Pero con ‘Civil War’ no quiero subrayar divisiones políticas sino estimular conversaciones. Deberíamos escuchar al otro bando en lugar de demonizarlo, porque demonizar al oponente es una forma de justificar el uso de medidas extremas para detenerlo. En cualquier caso, siento que la dicotomía izquierda-derecha ha prescrito; yo prefiero hablar de la oposición entre el centrismo y el extremismo. Esta película aboga por el centro y la moderación frente a los extremos. Y es obvio que los extremistas protestarán contra ella, porque son extremistas. 

¿Qué le parece que la película se estrene en pleno año electoral en Estados Unidos?

Me incomoda, la verdad. Y no fue la intención inicial; escribí la película hace cuatro años, pero por culpa del covid no pude empezar a rodar hasta dos años después. En estos momentos el frenesí y la histeria son demasiado intensos, y soy consciente de que la película podría ser usada para añadir más leña al fuego.

¿Le preocupa?

En Estados Unidos la izquierda está absolutamente aterrorizada, porque Donald Trump les saca de quicio, y tienen miedo de que ‘Civil War’ acabe siendo instrumentalizada para respaldar los argumentos de los extremistas de derechas en lugar de los de los centristas. Estoy preocupado.

En cualquier caso ‘Civil War’ es, ante todo, una película sobre la importancia del periodismo. ¿Qué opina del declive en el que la profesión se halla sumida?

Me aterra. El periodismo es una herramienta esencial para protegernos de la corrupción y el extremismo, y para darse cuenta de lo peligrosa que es su decadencia solo hay que pensar en la investigación que ‘The Washington Post’ hizo del escándalo ‘Watergate’ en 1972, y que provocó la salida de Richard Nixon de la presidencia de Estados Unidos.

¿Sería el periodismo capaz de lograr algo parecido en la actualidad?

Está claro que no. Creo que la profesión ha sido dañada desde varios frentes. Por un lado, intereses políticos a menudo corruptos han tratado deliberadamente de socavar nuestra fe en la prensa; por otro están las redes sociales, que son altavoz para millones y millones de opiniones incontrolables y a menudo sectarias, y todos sabemos que el griterío fanático llama más la atención que la reflexión mesurada. Además, por último, creo que las grandes empresas de comunicación han abandonado por completo la imparcialidad y se han convertido en máquinas de propaganda, y quienes consumen esa propaganda saben perfectamente que es propaganda. Es normal que la prensa haya perdido credibilidad. Y muy triste.

¿Cree usted que hay forma de revertir la polarización que impera en Estados Unidos y en el resto del mundo?

Tras la Segunda Guerra Mundial, Occidente se sobrepuso al fascismo, eso es un hecho. Y, aunque actualmente no puede decirse que la llegada del fascismo a Occidente sea inminente, sí se han sentado las bases para el avance del fascismo: la polarización, el extremismo, el populismo.

En el pasado nos enfrentamos al problema.

Y lo superamos, pero el coste de enfrentarse a algo así es incuantificable. Es como si alguien te empuja al interior de una casa en llamas mientras te asegura que, aunque sufrirás quemaduras terribles, acabarás sobreviviendo. Nadie quiere verse en una situación como esa.

A lo largo de su carrera, usted ha mostrado un interés especial en escenarios distópicos y en personalidades o estructuras de poder autoritarias. ¿De dónde proviene?

Supongo que si pienso a menudo en esos asuntos es porque ahora mismo hay muchos países en el mundo donde impera el fascismo; ya sean teocracias, o regímenes surgidos del comunismo, representan autoritarismo puro y duro. Mire, yo nací en 1970, solo 25 años después del final de la Segunda Guerra Mundial. Mis padres y mis abuelos habían vivido aquel trauma, y el mundo en el que yo crecí había aprendido la lección; se daba por hecho que era imposible que los mismos errores volvieran a cometerse.

Y, a pesar de ello, aquí estamos.

Uno de los problemas más serios es que hay gente de la generación posterior a la mía, personas educadas de alrededor de 30 años, que no tienen ni idea de lo que fue el Holocausto, y para quienes las historias de las masacres cometidas por los nazis son una exageración. Para la gente más joven, el fascismo es un concepto más abstracto, y eso los hace más permeables a las ideas fascistas. Es una obviedad, pero hay que recordarlo.