Adelanto editorial

Adelanto de 'Orquesta', la nueva novela de Miqui Otero

Miqui Otero: "Pensar que eres especial y los demás son idiotas es absolutamente reaccionario"

Miqui Otero, leyendo 'Orquesta'

Miqui Otero, leyendo 'Orquesta' / Marc Asensio Clupes

Miqui Otero

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'Toda la historia, en una noche'

(Así comienza 'Orquesta', la nueva novela de Miqui Otero)

No vais a olvidar esta noche jamás.

Lo prometió el cantante hace solo unas horas desde el escenario. Y si estás a punto de saber qué sucedió es porque la Orquesta nunca miente.

El primer paso para que algo sea inolvidable es contarlo y el mejor inicio puede ser el final, cuando aún hay recuerdos y pruebas. Ese sol lejano, por ejemplo, es una medalla de bronce que se acaba de colgar una nube y en el cielo feliz, piel rosa chicle de primer día de playa, se intuyen archipiélagos de hematomas y pellizcos azulados. Los montes son un tesoro verde de billetes viejos esparcidos sobre un lecho de serrín y cacao. También hay señales de humo en algunas teselas. Las moscas exploran tartas de galleta y crema pastelera que aún nadie ha catado.

El Valle se despereza en una confusión irisada, sin enfocar todavía lo sucedido en la verbena: mira a su alrededor como el resacoso que intenta entender basándose en la quincalla de la mesilla de noche, las manchas en la colcha, los bolsillos del pantalón. El prado de la plaza de la Iglesia románica amanece tapizado de cadáveres de decenas de estorninos. Aquí y allá, vasos de plástico se contorsionan como si la lava de un volcán los hubiera sorprendido bailando para que la ceniza conservara su última postura. Hay un mechero naranja de TODOS CONTRA EL FUEGO, un billete de diez mil pesetas rasgado justo a la altura del cuello de la efigie del rey, una chaqueta de Peppa Pig de dos a tres años (tallaje de niño europeo), el lóbulo de una oreja humana colonizado por unas hormigas atareadísimas que cargan pequeños diamantes de caramelo, el ventrículo izquierdo de una piruleta marca Fiesta con forma de corazón, un peine de oro macizo, la pantalla astillada de un iPhone que vibra y parpadea para iluminar la palabra «Zorra» y una Converse All Star de color blanco y pie izquierdo con trazas de sangre. Hay silencio, así que hubo música. Hay muerte, así que hubo vida. No hay nadie, así que por aquí pasaron todos. Toda la historia en una noche y todo el mundo en un lugar.

«¿Sabes que dentro de cien años toda esta gente estará muerta?», susurró ayer un optimista al oído del niño que ahora pasea en una bici roja y silba, desafiando al silencio con la melodía de Quién teme al lobo feroz en los labios, para que yo siga contando.

Puedo hablar de esta tierra porque llevo siglos viniendo a la Fiesta que cierra cada verano. Aquí se han visto caballos más altos que un hórreo, procesiones de almas envueltas en sudarios blancos y abuelas marchando en ropa deportiva fosforito. También niños con cresta de gallina, indianos en Cadillacs descapotables y damas con pies de lobo. Meriendas antiguas amenizadas por las gaitas y madrugadas recientes de orquestas que cegaban con sus focos: mozos bailando con la mirada hueca y la boina posada en el lomo de la moza y adolescentes besando el pasto con el culo a ritmo latino. Vacas que ordeñadas daban sangre y perros que escupían fuego. Bicicletas con corazón de Vespino. ¿Y? Nada comparado con esta noche para los que la vivieron antes y para los que están a punto de estrenarla ahora.

No vais a olvidar esta noche jamás.

1

Estoy dentro y fuera de ti al mismo tiempo. Soy cada latido más fuerte que el anterior y soy unos pasos que se acercan: el corazón del mundo y los pies de Dios. Mientras alguien me escuche, seguiré contando esta historia.

Soy invisible, pero todos se mueven cuando paso. Tengo millones de años como las montañas y nazco y muero cada noche, como los mosquitos.

Soy tu primera vez, una y otra vez.

Te reduzco al tamaño de una pulga y te agiganto más allá de las nubes. Tiemblas como una hoja y te cincelo en mármol. Yo soy el soplo que enciende los rescoldos de lo que temes y añoras.

Vibro en los intestinos secos tensados en el caparazón de la tortuga, retumbo en la piel de asno de los tambores que avecinan ejércitos romanos, silbo en el hueso de buitre y en el marfil de mamut de la flauta antigua, me anuncio con aulós y trompetas, picoteo en pianos, maúllo en cuerdas de níquel de guitarra eléctrica y trazo planes en el mástil, convertida en cordillera digital en la pantalla del Mac Pro.

Existo al menos desde que el hombre bajó del árbol, se puso a dos patas y pudo escuchar tanto el bombeo de su corazón como lo que el ruido del planeta quería decirle. He sido cortejo y deseo; también protección del depredador. Sin mí, los hombres prehistóricos se habrían desorientado en los laberintos de las cavernas; sin mí, no existirían los besos en las discotecas.

Hago entrar en razón a la sensibilidad y en armonía a la emoción.

Planetas, estrellas y desgraciados bailan según mi matemática.

Invento lo que sientes, lo descubro, lo describo y lo someto a las leyes de los números.

Lo domo, lo filtro, lo cultivo: detono controladamente tu estallido subversivo.

Abro y cierro las heridas como si fueran cremalleras y acompaño la sangría del hemofílico. Soy el corte y la cicatriz.

Te hago tararear en el ascensor, silbar en la sala de espera, comprar y decidir que nada, ni nadie, ni tú, tiene precio.

Te hablo a ti y solo a ti cuando todos escuchan y piensan que les hablo a ellos y solo a ellos.

Puedo embellecer lo desagradable y afear lo hermoso, bruñir lo humilde y oxidar lo noble.

Soy tan democrática como el aire, tan popular como un vaso, tan perfecta como un cuchillo, como una rueda, como un libro.

Estoy dentro y fuera de ti.

¿Quién soy? Soy la música de la Historia. Solo puedo contar lo que sucede en los lugares donde sueno. Yo te explicaré esta historia.

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