Teatro
'L'imperatiu categòric': ética de Kant para una Barcelona kafkiana
Victoria Szpunberg se confirma como una de las dramaturgas más en forma con una comedia sobre las tragedias vivas de la Barcelona actual.
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
Al contrario de los planes de estudio, la cartelera de teatro se llena estos días de filosofía, necesario contrapeso. Mientras Flotats encarna a Voltaire en el Romea, en clave más contemporánea Victoria Szpunberg escribe y dirige en el Lliure un proceso kafkiano que apela directamente a Kant. Que nadie se asuste por la metafísica, 'L'imperatiu categòric' tiene los pies en el suelo, en un paisaje concreto, la Barcelona llena incertidumbre laboral, especulación inmobiliaria y relaciones tan líquidas que se evaporan. Y no, no es una obra pensada y protagonizada por jóvenes: primer acierto entre otros muchos, escoger una protagonista en la cincuentena, la precariedad es una tragedia sin edad.
La vida de Clara se desintegra: acaba de separarse, la desahucian de su piso después de 15 años porque un fondo buitre ha comprado el edificio y, además, sus clases como profesora asociada en la universidad van mal, los alumnos se quejan porque les hace sentir inferiores. Para colmo, su vecino extranjero la tortura con música a todo volumen (por fin el justificado odio al 'expat' llega al teatro). El drama late con fuerza por su verosimilitud hiperrealista, pero al mismo tiempo se refleja el absurdo de Kafka que explica en sus lecciones. Un sistema deshumanizado, alienante, surrealista hasta llegar al disparate que convoca la comedia, carcajada cómplice, catártica. Todos podríamos ser Clara.
Frente a ella, el resto de los hombres, todos iguales, por eso los interpreta el mismo actor, un Xavi Sanz pletórico en cada cambio de personaje. Energía medida y matices, con la flexión de voz justa transforma un agente inmobiliario tiburón en el jefe de departamento arribista, de la cita Tinder farlopera salta en un instante al camarero explotado. Un recital, también, el de la protagonista, profunda Ágata Roca en uno de sus mejores papeles, melancolía contagiosa, el gran reto de representar el desasosiego colectivo dejando pasar el humor, T de Teatre elevada al cubo. Su mutación final deja clavado, una conclusión que aprobarían tanto Woody Allen como Lars von Trier.
Para potenciar la autenticidad, el resolutivo espacio escénico de Judit Colomer se pliega por capas o bien celdas que atrapan a la protagonista. Las referencias literarias también se sobreponen y dejan poso, pero sin entorpecer la trama. Szpunberg está muy en forma como directora y también como dramaturga ('El pes d'un cos', Mal de coraçon'), su teatro y sus personajes se empapan últimamente de una desesperación viva, muy aterrizada en un presente feroz, reconocible, en el filo de la navaja entre la vida y la nada. En sus clases la protagonista enseña Kant y su imperativo, que invita a actuar desde la ética universal, pero la realidad, como en 'El proceso' de Kafka, está inacabada y no permite vivir en un ideal.
Por cierto, quedan muy pocas entradas, por algo será.
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