Crítica de teatro

'Macbeth' en el Lliure: sobriedad a las puertas del infierno y un reparto de primeras espadas difícilmente repetible

Pau Carrió estrena su versión de 'Macbeth' en el Teatre Lliure con un reparto de lujo encabezado por Ernest Villegas y Laia Marull

Una escena del 'Macbeth' estrenado en el Teatre Lliure este miércoles.

Una escena del 'Macbeth' estrenado en el Teatre Lliure este miércoles. / Sílvia Poch

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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En los últimos años, hemos tenido escasas oportunidades de ver repartos tan numerosos y completos. Ahora mismo, 'Els Watson' en el TNC lo componen casi veinte intérpretes. En el 'Macbeth' del Lliure estrenado el miércoles encontramos catorce, también de un nivel mayúsculo. La ocasión lo merece. Con o sin el permiso de 'Hamlet', la tragedia del rey escocés se encuentra entre lo más apasionante que escribió Shakespeare, un compendio de ambición y maldad sin parangón, pero también un ejercicio de pasiones extremas difícil de domar. 

La puesta en escena de Pau Carrió recoge toda la violencia y el belicismo del original. Nos sitúa en un espacio difuso con aires de la Segunda Guerra Mundial. Los nobles escoceses visten oscuros uniformes que recuerdan al ejército nazi. No hay espadas sino metralletas, pistolas, y a lo lejos escuchamos cañonazos mientras el humo del campo de batalla invade los castillos donde transcurre la acción. Hasta la sangre que corre abundante es negra para emponzoñar cualquier atisbo de esperanza en el anunciado descenso a los infiernos.

Los espectadores que no estén demasiado saturados con tanto 'Macbeth' como nos da el teatro y el cine de los últimos años disfrutaran de la versión, porque no escatima en subtramas ni evapora secundarios. Ahí está el comedido Macduff de Pol López, o el Malcolm cargado de dudas de Joan Amargós. Otros como el rey Duncan de Pep Cruz inyectan un tono distendido que choca contra la sobriedad imperante. Los intentos de articular canciones y las apariciones de las brujas contrastan también con un minimalismo austero que es el principal hallazgo, pero también una trampa estética que deja poco encaje a las ideas más oníricas. 

El hueso más difícil de roer se lo llevan los protagonistas. Laia Marull empieza muy arriba con Lady Macbeth, de más a menos, su energía se va apagando durante su caída en la locura. En el extremo contrario, el Macbeth de Ernest Villegas, que tras la profecía de su reinado sale disparado en un torbellino de potencia interpretativa que crece apabullante y deja poco espacio a los matices. 

Sabemos que es complejo sorprendernos con un 'Macbeth', y del nuevo montaje de Pau Carrió recordaremos la preciosista iluminación de Raimon Rius, todo un despliegue de recursos tenebrosos. Algo reiteradas las soluciones escenográficas de Sebastià Brosa, si bien resulta impactante la escena del bosque que camina tan complicada de materializar. Pero sobre todo merece la pena pasarse por el Lliure para disfrutar de ese gran reparto de primeras espadas que difícilmente se volverá a repetir.