Crítica de ópera

El 'Ballo' más 'queer' del Liceu

La ópera de Verdi ‘Un ballo in maschera’ volvió en un controvertido montaje en el que destacó una compañía de canto insuperable y la experta batuta de Riccardo Frizza

'Un Ballo in Maschera' de Giuseppe Verdi, en el Liceu

'Un Ballo in Maschera' de Giuseppe Verdi, en el Liceu / A. Bofill

Pablo Meléndez-Haddad

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Regresó al Liceu 'Un Ballo in Maschera' verdiano, y lo hizo con cierto sabor agridulce, ya que se contó con un apartado musical insuperable, pero con una propuesta teatral controvertida. La producción de 2021 del Regio de Parma, cuna verdiana, la firma Jacopo Spirei a partir de un proyecto de Graham Vick, fallecido tres meses antes del estreno, y retrata una corte decadente, la de Gustavo III de Suecia, cuyo asesinato ocurrido durante un baile de máscaras en la Ópera de Estocolmo el 16 de marzo de 1792 inspira este drama.

En Parma la obra se presentó con la ambientación primigenia ideada por Verdi, en la corte del rey sueco, que el compositor cambió presionado por la censura trasladando la trama a Boston, al entorno de un conde. El Liceu optó por esta última, manteniendo la escenografía y el vestuario de Richard Hudson; con rey o sin él, Vick imaginó un espacio único con un segundo nivel (en el que se ubica el coro) y que se transforma con giros y tules en los lugares en los que transcurre la acción, desde un palacio a la cabaña de una bruja o al campo de un patíbulo.

Las soluciones resultaron ser más estéticas, aunque resultó interesante el ‘flash-back’ que comienza y acaba en el entierro del protagonista.

La iluminación de Giuseppe di Iorio creó contextos que transportaban a un mundo habitado por personajes ‘queer’ coreografiados por Virginia Spallarossa, alcanzando en la cabaña de Ulrica y en el baile del final, sus cotas más decididamente locas. No resulta muy correcto, en todo caso, que la decadencia de la clase política –es una ópera de conspiradores– se asocie a la comunidad LGTB.

En el podio, Riccardo Frizza ofreció una lección de claroscuros teatrales sin dejar nunca de acompañar a sus cantantes ante una lectura con la que la Simfònica y el Coro liceístas se lucieron tanto en la acción de conjunto como en la búsqueda de sonidos adecuados a cada escena.

La compañía de canto contó con el Riccardo pleno de vida de Freddie De Tommaso, tenor de timbre solar, fraseo incisivo y un total dominio del canto ‘legato’, apoyado por la ejemplar Amelia de Anna Pirozzi: la soprano italiana, que estrenó el montaje en Parma, domina la partitura por completo, con una tesitura amplia y un canto inmaculado, potente y siempre expresivo.

El barítono Artur Ruciński, por su parte, regaló un Renato sobrado de medios, con una voz oscura, un control del 'fiato' admirable y un timbre de amplia proyección. Muy entregada la Ulrica de Daniela Barcellona, de tonos oscuros y fúnebres en sus intervenciones, salvo en los graves extremos, mientras la soprano catalana Sara Blanch bordaba un Oscar en plenitud vocal y dramática. Se movieron con comodidad en sus roles David Oller (Silvano), Valeriano Lanchas (Samuel), Luis López Navarro (Tom), José Luis Casanova (Juez / Sirviente) y Carlos Cremades (Sirviente).

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