La caja de resonancia

¿La música en catalán tiene mejor salud que la lengua?

La sacudida que vive la escena catalano-cantante, con una nueva escuadra de figuras populares, con The Tyets, Julieta, Figa Flawas y Mushkaa en primer plano, es formidable y nos habla de un pronunciado corte generacional

'La banda del pati': el porqué del auge de la música urbana en catalán (¿y de la lengua?)

 En la imagen de izquierda a derecha a derecha, la joven cantante del urban catalán Mushkaa, la artista barcelonesa Julieta Gracián, el grupo de Sabadell Flashy Ice Cream , el dúo de Mataró The Tyets y el grupo de Valls Figa Flawas.

 En la imagen de izquierda a derecha a derecha, la joven cantante del urban catalán Mushkaa, la artista barcelonesa Julieta Gracián, el grupo de Sabadell Flashy Ice Cream , el dúo de Mataró The Tyets y el grupo de Valls Figa Flawas. / agencia

Jordi Bianciotto

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Quien se sienta tentado a pensar que la música en catalán vive de la melancólica invocación de la ‘nova cançó’ o de los rockeros de los 90 anda un poco extraviado. Los indicadores del uso de la lengua entre los jóvenes serán los que son, pero lo cierto es que la escena catalano-cantante vive una regeneración radical y en sintonía con las tendencias globales, aunque muchos de esos artistas se escapen del radar de l’IEC y practiquen un catalán bastardo, trufado de neologismos indescifrables para mayores de 25 y con injertos líricos en castellano, inglés o lo que se tercie.

Podemos hablar ya de una escuadra puntera de cuatro artistas, The Tyets, Julieta, Figa Flawas y Mushkaa, los que ‘La Marató’ de TV3 reunió hace unas semanas en el Fòrum. Hay unos cuantos más, pero estos son los cuatro a los que ‘Enderrock’ dedica un informe este mes. No los ha elegido a voleo: según hace notar la publicación, 17 de las 25 canciones en catalán más escuchadas en 2023 las suministraron ellos. La primera, ‘Coti x coti’, de The Tyets, ese tema que ha puesto a bailar reguetón a ‘fadrins’ y ‘senyores Maria’ pensando que es una sardana (que también lo es). El paisaje de esta revista con 31 años de historia ha cambiado a fondo: no veo en este número rastro de Sau ni de Lax’n’Busto, y sí dobles páginas sobre artistas emergentes como Lau Gibert, Fortuu o Pelat i Pelut.

Hasta ahora, los relevos generacionales de la música en catalán parecían evitar el choque traumático: Sopa de Cabra bien podía gustar a un seguidor de Lluís Llach, y el admirador de Gerard Quintana y compañía podía sentirse atraído por Manel. Incluso por Txarango. Ahora se advierte un corte un poco más severo, y quizá cabría decir que “por fin”. Lo que ocupa el nuevo centro no deja de ser pop, pero pasado por el filtro urbano y muy electrónico. Escandalicémonos, o no: conciertos sin apenas instrumentos en escena, con bailarines, primando el espectáculo sobre el ejercicio instrumental (como los de Rosalía).

La cultura catalana ha padecido a menudo por alcanzar y ocupar el ‘mainstream’, y esta nueva generación lo transita sin complejos. Pero es solo la parte más mediática

de una escena que vive un tiempo trepidante, en la que, entre rimas en ‘auto-tune’ y perreos ‘nostrats’, pueden brotar incluso artefactos tan inesperados como un grupo de rock, La Ludwig Band, o esa versión de The Pogues a la barcelonesa llamada El Pony Pisador, especialmente indicados para quienes aún sostengan que “toda la música en catalán suena igual”.

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