Jazz

Horacio Fumero, toda una vida

El contrabajista Horacio Fumero en el Jamboree

El contrabajista Horacio Fumero en el Jamboree / Manu Mitru

Roger Roca

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Pensaba que no sabría que decir”, soltó a mitad de concierto, con la sala entera completamente hipnotizada. Pero Horacio Fumero iba lanzado. Lo que le faltaban no eran palabras, era tiempo para decirlas todas. Contrabajista extraordinario, figura fundamental del jazz en Barcelona desde que llegó en 1980 desde Buenos Aires vía Suiza, Fumero tiene una vida extraordinaria por contar. No son solo anécdotas, que también las hay. Como la del señor mexicano, vestido impecablemente, que una noche, allá por los años ochenta, en un local del Eixample donde los conciertos empezaban de madrugada -”era otra Barcelona”- se arrodilló extasiado ante Tete Montoliu y le quiso condecorar con la mayor distinción del ejército de su país. Como cuando tocando en un rincón chic de Buenos Aires, allá por los años setenta, conoció por primera vez en persona a un hombre negro, y ese hombre era ni más ni menos que el trompetista Dizzy Gillespie vestido de gaucho.

A Horacio Fumero, que en su larguísima carrera ha sido casi siempre acompañante, le apetece hoy contar su vida sobre un escenario, trenzando recuerdos y piezas al contrabajo. Se estrenó como narrador y músico el sábado en el Jamboree 3 presentando un primer disco en solitario, Bass Solo Songs, la guinda al 55 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona. Y en su relato no solo había nombres legendarios como Tete Montoliu o Gato Barbieri. La vida que le apetece explicar hoy también es la de la infancia: escuchar de niño las canciones que iban y venían con el viento, escupidas por una torre de altavoces en un pequeño pueblo allá en la Pampa argentina, mientras andaba solo a cazar pájaros, más por el placer de estar solo que por cazar. De ahí “Las golondrinas”, una de las pocas composiciones propias que eligió interpretar en el Jamboree. Muchas eran canciones escritas por otros, pero todas, ya fuera un choro brasileño, una milonga o un blues, decían algo fundamental sobre quién es.

A partir de un tango de Gardel defendió el goce de la soledad. “Al principio da mucho miedo”, dijo, “pero luego te empiezas a sentir bien, luego estupendamente y luego hasta te asusta que te la quiten”. De las canciones no le atrapan tanto las letras como la música -los Beatles, dijo, resultaron ser mucho peores cuando por fin entendió qué cantaban-. Pero aun así, Horacio Fumero se despidió cantando “Los ejes de mi carreta”, porque se reconoce cada vez más en los versos de Atahualca Yupanqui. “Porque no engraso los ejes me llaman abandonado. Si a mi me gusta que suenen, ¿pa qué los quiero engrasaos?”. Sabio y tremendo narrador.

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