Reportaje

Gloria Fuertes, que estás en el cielo

A los 25 años de su muerte, la 'poeta de guardia' merece ser reivindicada como una de las grandes voces de la literatura española, sin corsés ni etiquetas, con la solidez y la desenvoltura de quien escribió para ser entendida y, de ese modo, llegó a lectores de todas las edades

La poeta Gloria Fuertes.

La poeta Gloria Fuertes. / Archivo Gloria Fuertes

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

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Recuerdo el primer poema que memoricé. Estaba en párvulos y aún no sabía leer, pero no me costó aprender aquellos versos que me divertían porque, más que poesía, parecían un trabalenguas. "Doña Pito Piturra / tiene unos guantes, / Doña Pito Piturra / muy elegantes. / Doña Pito Piturra / tiene un sombrero, / Doña Pito Piturra con un plumero". Era, lo soy, una niña introvertida y vergonzosa, aunque las mejillas no se me encendieron cuando empecé a recitar las estrofas delante de mis compañeros. Es probable que hasta me contoneara conforme el poema avanzaba y llegara al final casi bailando: "Doña Pito Piturra / tiene unos guantes, / Doña Pito Piturra / le están muy grandes. / Doña Pito Piturra / tiene unos guantes, / Doña Pito Piturra / ¡lo he dicho antes!".

Nada sabía yo entonces de la creadora de esas palabras que me hacían cosquillas en la lengua al pronunciarlas y se escapaban de mi boca como mariposillas buscando posar sus alas llenas de posibilidades. El hada madrina que entonces era mi madre nos procuró, a mi hermana y a mí, el libro que contenía esos versos y, entonces sí, ya asida a la lectura, averigüé el nombre de su inventora: Gloria Fuertes, la poeta de guardia, convertida desde ese momento en mi poeta de cabecera.

Han pasado 35 años y esa obra, Doña Pito Piturra, me sigue acompañando, he logrado llevarla conmigo allá donde la vida me ha conducido, hasta hoy mismo. No quise prescindir de ella ni cuando descubrí, entre maravillada y sorprendida, la poesía adulta de su autora. Es una edición de Susaeta ilustrada por Roser Rius. Se conserva bien, teniendo en cuenta todo lo mucho que nos ha sucedido. La llevo en el bolso mientras recorro los 900 metros que separan mi casa del portal del edificio en el que nació Gloria Fuertes, en el madrileño barrio de Lavapiés. Pienso, al detenerme frente al número 3 de la calle de la Espada, que fue ella la primera que hizo que yo quisiera contar historias. Por eso a mí me toca ahora contar la suya.

Con tres años, ya sabía leer. Con cinco, escribir. Y con 14, publicó su primer poema, 'Niñez, juventud, vejez'

El 28 de julio de 1917, día del nacimiento de Gloria, fue sábado. Lo social, eso que luego definiría su poesía, lo mamó desde la cuna. Su madre era costurera y su padre, portero. Pese a las estrecheces propias de la época y muy particulares de su familia, con tres años, ya sabía leer. Con cinco, escribir. Y con 14, publicó su primer poemaNiñez, juventud, vejez. En la Escuela del Hogar y Profesional de la Mujer estudió mecanografía y taquigrafía y, tras morir su madre en 1934, tuvo que ponerse a trabajar como contable en una empresa. Tenía entonces Gloria diecisiete años y muchas ganas de seguir escribiendo: acababa de terminar su primer poemarioIsla ignorada, que no vio la luz hasta 1950.

Genio castizo

Ya en la posguerra, en los primeros años de la década de los 40, estrenó varias obras infantiles en teatros madrileños, donde también escenificó algunos de sus poemas. Sus cuentos aparecieron publicados en revistas de la época y sus circunstancias, como Maravillas, vinculada a la Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Pero su vida, la creativa y la personal, dio un vuelco al conocer a Carlos Edmundo de Ory. Él pasó a formar parte de la cuadrilla de íntimos de Gloria, en la que ya destacaban el humorista Miguel Gila, amigo del barrio, o Eugenio Rosado Rivas, y ella, del postismo, movimiento poético y artístico al que aportó su genio castizo y vanguardista.

En 1951 fundó, con Adelaida Las Santas y María Dolores de Pablos, la tertulia femenina Versos con Faldas, que durante dos años organizó recitales y lecturas de mujeres poetas por bares y cafés madrileños en los que ellas no tenían voz ni voto, pues todo era cosa de ellos. Lógico que, años después, Gloria tirara de ironía para preguntarse: "¿A esto que llevo yo haciendo toda la vida lo llaman feminismo?".

Paloma Porpetta, que dirigió la Fundación Gloria Fuertes y hoy gestiona su archivo, tuvo la suerte de conocerla a través de su madre, Luzmaría Jiménez Faro, y la recuerda como "un ser excepcional". "Ella decía que el poeta que escribe y no le entienden no es poeta. Todo lo que le pasaba en el día lo convertía en poema, iba del corazón al bolígrafo".

Todo lo que le pasaba en el día lo convertía en poema, iba del corazón al bolígrafo

Paloma Porpetta

— Archivera y heredera del archivo de Gloria Fuertes

La censura también hizo de las suyas con Gloria, aunque en sus recitales ella procuraba difundir sus poemas prohibidos. En 1953, tuvo que subtitular su obra Aconsejo beber hilo como Diario de una loca para poder publicarla. Visto lo visto, y censurado lo censurado, fue en el extranjero donde aparecieron Antología y poemas del suburbio (1954), esencia y germen de lo que luego se denominaría poesía social, y Todo asusta (1958). Y eso que, como bien advierte Porpetta, "ni los de derechas ni los de izquierdas la querían. Criticaba a Franco, pero lo adornaba con humor. Era religiosa, y esa relación que tenía con Dios no le gustaba a la izquierda. Habla a Dios de tú a tú, Dios es un poeta, dice".

En el Instituto Internacional de Madrid, en el que estudió inglés entre 1955 y 1960 y del que fue bibliotecaria, conoció al "amor de su vida", la hispanista Phyllis TurnbullMiss Filis, que dirigía ese centro cultural estadounidense. "Gloria era lesbiana. Hay muchos poemas en los que se entrevé, pero ella decía que no podía declararse abiertamente lesbiana en los años 70, porque la dejarían de contratar y no la leerían", cuenta Porpetta. Gracias a Miss Filis, logró una beca Fulbrigth con la que viajó a Estados Unidos, donde dio clases en varias universidades entre 1960 y 1963. Matilde Ucelay, la primera mujer arquitecta de España, construyó a la pareja una casa en Soto del Real. Estuvieron juntas quince años. "La relación con Phyllis la salvó, la metió en un mundo al que nunca hubiera accedido, el académico. La casa donde vivía Gloria en Alberto Alcocer era de Phyllis, se la dejó en usufructo cuando murió", explica Porpetta.

La hispanista Phyllis Turnbull fue el gran amor de su vida. Matilde Ucelay, la primera mujer arquitecta de España, construyó a la pareja una casa en Soto del Real. Estuvieron juntas quince años

Tras morir Miss Filis, cayó en una depresión tan profunda que a punto estuvo de acabar con su vida. Histórica es ya, casi, al menos para su lectores, la anécdota hecha pública por Vicente Molina Foix, según la cual Gloria le dijo al escritor, con esa gracia suya, inteligente y honesta, bondadosa: "Fui al metro decidida a matarme, pero al ir a sacar el billete ligué, y en vez de tirarme al tren me tiré a la atquillera". Tiempo después, Gloria se prendó de Mari Trini, pero fue un amor no correspondido, aunque se hicieron grandes amigas (la cantante estuvo en el lecho de muerte de la poeta). En 1983, Micaela, su novia de entonces, murió en un accidente aéreo camino de Roma. Mujer de verso en pecho, uno de los últimos libros que Gloria publicó antes de fallecer, está dedicado a Marisa, una mujer casada y con hijos con la que mantuvo una relación.

Éxito y menosprecio

Mientras Gloria estaba haciendo las Américas, la Generación del 50 la hizo suya. En 1962, Jaime Gil de Biedma la incluyó en la Colección Colliure, creada por Carlos Barral para darle vuelo al género poético en España. Gloria era la única mujer de un catálogo en el que figuraban Gabriel Celaya, Ángel González, José Ángel Valente, el propio Barral, Caballero Bonald... Una década después, recibió la beca de la Fundación Juan March de Literatura Infantil, lo que la permitió dedicarse sólo a escribir. Pero fue ese género, el infantil, la gran paradoja de su obra.

La consecución del diploma de honor del Premio Internacional de Literatura Hans Christian Andersen (1975) y su faceta televisiva en programas para niños (Un globo, dos globos, tres globos y La cometa blanca) hicieron de ella un referente de la poesía infantil, eclipsando su poesía para adultos. "Cuando empezó su éxito en televisión, los poetas la menospreciaron. Yo no reniego del mérito de su literatura infantil, porque le dio la vuelta y llegó a todas las casas. Pero la poesía de Gloria Fuertes no es nada inocente, ni siquiera la infantil. Hay poetas que no llegan a nadie, pero Gloria llega a todo el mundo. La utilidad de su poesía era lo que más le importaba a Gloria", afirma Porpetta.

Es en Estados Unidos donde la poesía de Gloria está libre de corsés, identitarios y de género(s). Allí se la estudió y valoró como poeta, sin más ni menos, y así se sigue haciendo. La descubrió, en la década de los 70, el también poeta, y muy reputado, Philip Levine. Fue su primer traductor al inglés y el encargado de dar a conocer la obra de Gloria, considerada en tierras estadounidenses una figura feminista y defensora de los derechos sociales. Reyes Vila-Belda, catedrática de la Universidad de Indiana, cuenta en La contradictoria recepción de la poesía de Gloria Fuertes que en un congreso sobre poesía española celebrado en los años 80 en EE.UU. y al que asistieron poetas españoles, la crítica Margaret Persin presentó una ponencia sobre su obra que recibió fuertes críticas de los allí presentes. Ellos –eran todos hombres– consideraban que Gloria "realmente" no era una poeta.

"El ángel puteado"

Por suerte, tenía buenos amigos, como Camilo José Cela, que siempre la defendieron. "El ángel puteado", la llamaba el Nobel. "Lo que ella quería, y por eso se creó su Fundación, era que se la leyera y se la rehabilitara como poeta, pero con mayúsculas, que fuera recordada como la gran escritora que es. Me parece impensable que no tenga el sitio que le corresponde en la literatura española. No nos estamos inventando una Gloria, ya existía. Queremos recuperar esa voz y que se la encaje en el lugar que le corresponde", remata Porpetta.

Lo que ella quería era que se la leyera y se la rehabilitara como poeta, pero con mayúsculas, que fuera recordada como la gran escritora que es

Paloma Porpetta

— Archivera y heredera del archivo de Gloria Fuertes

La poeta de guardia bajó su persiana para siempre el 27 de julio de 1998. Tras su muerte, Pere Gimferrer dijo de ella que fue "una de las principales voces de la Generación del 50", mientras que Ángel González la describió como "una magnífica poeta que no tuvo en España todo el reconocimiento y prestigio que se merecía".

Los años que fueron pasando desde su fallecimiento hasta el centenario de su nacimiento, en 2017, sirvieron para que las generaciones que habíamos crecido con ella, gracias a ella, nos reencontráramos con su obra. Noelia Adánez, creadora de Gloria, un monólogo sobre su vida estrenado en el Teatro del Barrio en 2018, cree que "Gloria Fuertes jugó al despiste sobre quién era en realidad porque, por encima de todo, era una jugadora nata. Me conmovió mucho su voz y me dejó una enseñanza potente para la vida: la mentira puede ser un acto de legítima defensa".

La directora de aquella pieza, Valeria Alonso, considera a Gloria Fuertes "cada vez más necesaria para seguir apreciando la belleza de quienes supieron y saben conmovernos". A la escritora Gloria Fortún, la poeta le enseñó que "el amor, la belleza, la sensualidad y el deseo no son patrimonio de quienes habitan el mundo desde los cánones", y gracias a ella "adquirió "la suficiente autoridad interior como para levantar mi propia casa de palabras con el orgullo de compartir con ella nombre, ciudad y disidencia".

A los 25 años de su muerte, a las escritoras deudoras de su obra y cómplices de su vida nos corresponde devolverle la voz que se le usurpó. De nosotras dependerá que sus versos no vuelvan a perder el valor que siempre tuvieron. ¡Que viva Gloria Fuertes!

Una moderna

Por Elvira Lindo

Siento una especie de culpabilidad con respecto a Gloria Fuertes. El personaje televisivo engulló de alguna manera su poesía y eso me impidió leerla con atención. Eso sí, le leía a mi hijo los ripios de Fuertes y nos encantaban, nos hacía sonreír a los dos y eso es impagable. Podía percibir la adoración que sentían los niños por sus palabras, pero no indagué en su poesía de adultos. La leí muchos años después, a raíz de su muerte, y me cautivó. Fue un descubrimiento, es como si hubiera encontrado a la mujer que me hablaba. Esa pureza de sus palabras, esos relatos mínimos que contienen sus poemas y que se convierten en un mosaico que configura un autorretrato muy bien trazado. Suena y resuena una voz reivindicativa, carente de pedantería, llena de verdad, dureza y humor, sin la cual no podríamos entender ni la obra ni la vida de una poeta de la posguerra. Dentro de los límites estrechos y mezquinos del franquismo, Gloria Fuertes ensanchó la libertad de entonces y la sigue ensanchando. Eso es un milagro: es una moderna.

Gloria vivía en mi cuarto

Por Julia Viejo

Cuando era pequeña, tenía la sensación de que Gloria Fuertes vivía en mi cuarto. El cuarto de una niña de seis años no es cosa simple, está lleno de folios doblados, cuentas de plástico y pegatinas de fruta, y si la niña tiene suerte, además las baldas rebosan de libros. En mi caso, la mitad de esos libros eran de Gloria Fuertes. Me daba la impresión de que Gloria vivía ahí, sentada en la madera con las piernas colgadas, y desde ahí me contaba las aleluyas de Don Palillo de Madera o la lucha de Mari Sarmiento contra la meteorología. Gloria encarnaba una ironía amable, un espíritu de juego y una mirada a lo pequeño que forjó mi identidad en aquellas cuatro paredes y que se transformó en una vocación literaria y un gusto particular por las fantasías cotidianas.

En 2017 además (gracias a la recuperación de su obra en Blackie Books de la mano de Jorge de Cascante) descubrí a la Gloria adulta, la Gloria amante, la Gloria triste; y se produjo un reencuentro especial porque en todos aquellos años yo también había crecido, amado y estado muy triste. Las dos habíamos perdido los ripios y mirábamos más adentro que afuera, pero las dos seguíamos llevando por bandera el juego, la ironía y una eterna mirada a lo pequeño. Desde entonces he procurado no soltar nunca la mano áspera de Gloria, he recopilado toda su poesía amantísima (en Lo que pasa es que te quiero) y hasta la he puesto a bailar con Sylvia Plath (en un cuento de En la celda había una luciérnaga). Cuando tengo frío abro un verso suyo y vuelvo a la balda templada de mi cuarto. Creo que Gloria forma parte de un lugar donde es imposible morirse.