CRÍTICA DE LIBROS

'Le dedico mi silencio', de Mario Vargas Llosa: el oro y la plata del Perú

Foto de archivo del escritor peruano, Mario Vargas Llosa. EFE/ Francisco Guasco

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Ricardo Baixeras

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Cuando Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) deslumbró a propios y extraños con la publicación de ‘La ciudad y los perros’ (1963), ‘La Casa Verde’ (1965) y ‘Conversación en la Catedral' (1969), novelas que formaban una suerte de unidad (o trilogía, según se mire) en lo que a ambición personal y literaria se refiere porque todas ellas estaban pergeñadas desde un aliento épico inconmensurable, una sinfonía con ansias de totalidad cuyos movimientos dependían en no poca medida de un lector activo, puesto que era evidente que el abigarramiento, la circularidad, la perspectiva, el fragmentarismo, la oralidad y el virtuosismo técnico hacían decisivo su papel al tener que montar el desarrollo simultáneo de varias voces, varios escenarios, varios personajes y varios tiempos entremezclados, cuando eso sucedió, digo, era difícil pensar que esos libros pudieran ser superados. Y, sin embargo, y aunque bien es cierto que en sus siguientes entregas no aparecía con tanta desmesura ese afán de alcanzar la novela total, la escritura de ficción de Vargas Llosa siguió edificando textos anclados en una férrea e inquebrantable marca que ya estaba presente en aquellos tres inolvidables libros: una voluntad de representar una realidad -la mayor de las veces específicamente peruana- y hacerlo artísticamente, convirtiendo sus libros en elementos plenamente autónomos. 

En sus últimas novelas -quizá con mayor intensidad en ‘El Paraíso en la otra esquina’ (2003) ‘Travesuras de la niña mala’ (2006), ‘El sueño del celta’ (2010) y ‘Cinco esquinas’ (2016)- ha ido apareciendo una mayor reflexividad que ha provocado que sus ficciones tendieran al ensayismo: la que ahora entrega es buena prueba de ello. La novela que se va a convertir, según nota final del autor, en su despedida de la ficción es, efectivamente, un libro a medio camino entre la ficción y el ensayo. Este “tratado” cuenta la historia de Lalo Molfino, un guitarrista cuyo virtuosismo deslumbra una sola noche al “erudito de la música criolla” Toño Azpilcueta: “No, no era simplemente la destreza con que los dedos del chiclayano sacaban notas que parecían nuevas. Era algo más. Era sabiduría, concentración, maestría extrema, milagro. Y no se trataba sólo del silencio profundo, sino de la reacción de la gente.” Esa visión del guitarrista olvidado, “el oro y la plata del Perú”, fue como la visión petrarquista de Laura: decidió que a partir de ese momento dedicaría todas sus fuerzas a escribir en vida un libro sobre el personaje muerto en el olvido y sobre la música peruana con la intención de hacer “un homenaje póstumo al guitarrista y un aporte para solucionar los grandes problemas nacionales”. Es como si Vargas Llosa quisiera regresar a la emblemática cuestión catedralicia (“¿En qué momento se había jodido el Perú?”) y tratara de aunar todas sus fuerzas en la historia de un hombre que es emblema de un país que sigue roto y marcado por Sendero Luminoso. 

Un libro para unirlos a todos

Para poder escribir su libro sobre Molfino Azpilcueta decide viajar a su lugar de origen, hablar con los familiares y amigos que le conocieron e investigar de qué manera se convirtió en un músico tan virtuoso. Sabía que su libro tenía que estar “edificado sobre una investigación rigurosa” (como la es la del propio Vargas Llosa) para que fuera capaz de volver a unir al país de la mano secreta de la música: “¿En qué momento el país se había fracturado y roto por completo, separando la sierra de la costa y a un hermano de otro hermano? ¿No se necesitaba ahora, más que nunca, un libro que uniera de nuevo al Perú? ¿Podría escribir ese libro sobre el alma peruana, en el que cada uno de sus compatriotas pudiera reconocerse y recordar qué era lo que lo unía?”.

En una suerte de doble autorreferencialidad, presente en Vargas Llosa desde ‘La tía Julia y el escribidor’ (1977), leemos la historia de un libro que se está escribiendo y que se leerá hasta en Chile y que es tanto la historia del guitarrista como un ensayo sobre la historia, la cultura, las costumbres y la política de Perú y que lleva por título ‘Lalo Molfino y la revolución silenciosa’. La tesis utópica del libro es que no serán las fuerzas marxistas las que unirán al país, sino “los compositores y cantantes de valses y de marineras” y específicamente la “huachafería” que significa “gresca o tremolina”, peruanismo al que Vargas Llosa le dedica un capítulo verdaderamente extraordinario: la palabra en cuestión “ofrece una perspectiva desde la cual observar y organizar el mundo y la cultura”. 

Con su sentido del ritmo narrativo intacto, con una intachable rigurosidad en los datos y referencias que maneja y que provienen de una investigación abrumadora, con la destreza de unos diálogos sin alambiques y con la pretensión de escribir un libro que señala con exactitud su doble condición genérica, Vargas Llosa dice adiós a las armas de la ficción y se dedicará sus demonios, a su querido Sartre, pero aquí deja muestra de cómo ensamblar una historia modesta como un aviso para navegantes: si hay que comprometerse, si hay que cambiar el statu quo, si es de obligado cumplimiento derribar el muro que separa a los pueblos solo la cultura, aquí representada por la música, la historia y la literatura, deberá estar en el centro del debate. Aquí, como en aquellas otras novelas, su escritura disidente hace pedazos el mundo como había leído que lo hacían los héroes en las novelas de caballerías y vuelve por sus fueros, arremete y da cuenta de una insurrección atemporal contra el hombre y contra el mundo. 

'Le dedico mi silencio'

Autor:

Mario Vargas Llosa

Editorial:

Alfaguara

312 páginas. 20,90 euros