Crítica de libros

'Los divagantes', de Guadalupe Nettel: el embrujo de la locura

La escritora mexicana ahonda en la extrañeza de la cotidianidad en los ocho relatos que conforman su nuevo libro

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Guadalupe Nettel

Guadalupe Nettel / JORDI OTIX

Ricardo Baixeras

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Con cada nuevo libro de Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) percibimos con meridiana claridad el andamiaje escenográfico de una escritora que ha forjado una obra en la que la extrañeza habita en los gestos cotidianos y donde el miedo no siempre es compartido a pesar de que, a menudo, se instala en el centro neurálgico de una casa o de una familia.

Los ocho relatos que conforman ‘Los divagantes’ ahondan en un terreno que la escritora mexicana ha sabido delimitar con perspicacia e inteligencia: lo inesperado y vertiginoso de la realidad asomándose calladamente en las puertas selladas de una fantasía desbordante, el miedo a traspasar el otro lado del espejo y los cuestionamientos de la maternidad como emblema no tanto del gesto creativo por excelencia, sino más bien como la figura sempiterna de una muerte más, quizá como metáfora primera y última de lo descompuesto. 

Última frase heladora

Si en ‘La impronta’, el relato que abre el libro, por “azar objetivo” Antonia descubre la historia secreta y enigmática de su propia familia en la figura de su tío Frank postrado en una cama de hospital y ya cerca de la muerte porque percibe “la extraña familiaridad que establecemos con alguien desconocido en cuanto nos enteremos de que es nuestro pariente”, en 'La cofradía de los huérfanos', un cuento cuya última frase impone una relectura heladora, la comunidad de los sin padres parece no tener fin incluso en aquellos que no son huérfanos como si Nettel quisiera indicar que siempre estamos solos, quizá más que nunca cuando estamos al lado de nuestras madres.

En todos los relatos la vida está en otra parte agazapada en las posibilidades inciertas de un futuro que no llegará y que se quisiera alcanzable pero que es siempre el refugio de un dolor muy antiguo. En 'Jugar con fuego', Nettel muestra hasta qué punto la familia puede ser el epicentro de la rabia y la indignación; en 'La puerta rosada', cómo no siempre la verdadera vida está al otro lado del espejo; en 'Un bosque bajo la tierra', la protagonista no puede zafarse de la araucaria un árbol “descomunal”, “monstruoso” y “sobrenatural” que habita en el jardín de la casa familiar, porque sabe que las “raíces que [le] atan a esta casa son cada vez más fuertes y expansivas”; en 'La vida en otro lugar', un actor de teatro sin demasiado éxito deja de ocupar la posición del testigo para dar el paso a una vida secreta en paralelo a la suya.

Albatros fuera de lugar

En el cuento que da título al libro, la figura nuclear es un albatros “alejado de su hábitat natural” como si esa fuera la metáfora exacta que aúna a todos estos personajes: unos divagantes que ya no saben si podrán regresar y que, extraviados, tendrán que “establecerse en lugares totalmente distintos de su hábitat natural” y “aparearse, sin ningún protocolo, con hembras de especies muy diversas que como ellos se han vuelto divagantes”.

El libro se cierra con 'El sopor' del sueño nocturno que se asemeja a un sombrío confinamiento instalado en los que sueñan y que les permite tener vidas distintas: nadar en el mar, escalar montañas y volver a ver a los amigos del pasado. Un cuento final como el broche de oro con el que Nettel acaba un libro instalado en el embrujo de la locura de lo que perdimos y en la imposibilidad de regresar.

'Los divagantes'

Autora: Guadalupe Nettel

Editorial: Anagrama

168 páginas. 17,90 euros