El padre del gato del Raval

Muere a los 91 años el pintor y escultor colombiano Fernando Botero, amante de la voluptuosidad

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Abel Gilbert

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El pintor y escultor Fernando Botero, considerado el artista colombiano más reconocido en el mundo por las representaciones voluptuosas de los cuerpos, una marca indeleble de lo exuberante, falleció este viernes a los 91 años en su casa en el principado de Mónaco. La noticia estremeció a Colombia. "El pintor de nuestras tradiciones y defectos, el pintor de nuestras virtudes. El pintor de nuestra violencia y de la paz. De la paloma mil veces desechada y mil veces puesta en su trono", dijo el presidente, Gustavo Petro. "Siempre generoso con su país, un gran amigo, y apasionado constructor de paz", lo definió el exmandatario Juan Manuel Santos.

Los medios de prensa bogotanos coincidieron, al menos en este caso, en ponderar la estatura de Botero. "Son pocos los pintores que llegan a tocar la gloria, pero son aún menos los que alcanzan a gozarla en vida, como le sucedió a Botero. Este es un privilegio que no tuvieron ni Van Gogh, ni el Greco, ni Rembrandt, ni muchos otros a los que solo les llegó su momento en la posteridad", dijo la revista Semana. Recordó que dos décadas atrás, Art Review se puso a la tarea de hacer una lista con los diez artistas vivos más cotizados del mundo: el colombiano quedó en el quinto puesto. Botero era una máquina proliferante de imágenes, símbolos y, también, dinero. Sus cuadros y esculturas pusieron en movimiento millones de dólares, de Manhattan a París, de Berlín a México. Muchas ciudades se enorgullecieron de tener algunas de sus obras como signo de prestigio y actualidad.

Había nacido el 19 de abril de 1932 en Medellín, en el seno de una familia humilde. Un padre arriero que falleció cuando Fernando tenía cuatro años. Su madre debió obrar milagros para sostener a sus tres hijos. Fernando llegó al arte por azar. Lo que anhelaba era ser torero. La mejor manera de acercarse a ese universo fue vender dibujos a la salida de la Plaza de La Macarena. De la fascinación por la tauromaquia pasó al periodismo, como ilustrador del diario El Colombiano. El dinero que obtenía le permitió pagarse sus estudios.

Su temprano e inveterado izquierdismo, así como la propensión a pintar cuerpos siempre desnudos, le valieron el estigma de la institución donde se formaba. Botero siempre contó su expulsión como un hecho cómico, y también con algo de agradecimiento: salir de ese centro educativo de alguna manera le abrió las puertas a su independencia. A los 19 expuso por primera vez en la capital colombiana. Obtuvo pronto un premio nacional.

Pero ser pintor, pensó, como muchos de su generación en América Latina, suponía una escala europea. Viajó en barco a Italia y luego llegó a España. Fueron esos años de mayor formación y experiencias.  De Florencia se fue a México, y luego a Estados Unidos, con unos pocos dólares. El estilo se estaba configurando. Su esposa de entonces lo recuerda pletórico de ideas y sin dinero en los bolsillos. "Pasaba a recogerme con unos pantalones de pana en los que limpiaba los pinceles", dijo alguna vez Gloria Zea. El día que le anunció a su madre que se casaría con un artista, ella perdió el conocimiento. Lo primero que le había venido a la mente es que una integrante de la familia Zea viviría con un pintor de casas.

El pintor colombiano Fernando Botero. 

El pintor colombiano Fernando Botero.  / EPC

La suerte también jugó a su favor. Dietrich Malov, el director del Museo Alemán, le dio la oportunidad de exponer en 1970. Esa visibilidad fue fructífera. Algunos especialistas sostienen que a partir de ahí comenzó a tallarse su carrera. Botero sería pronto identificado no solo con las mujeres voluminosas que respiraban en sus lienzos, las prostitutas y las madres superioras del colegio religioso. También incursionó en la abstracción. Raíz y contemporaneidad.

Botero conoció la ponderación y la desgracia cuando, en unas vacaciones en 1974, tuvo un accidente con su cpche en un viaje entre Sevilla y Córdoba. Los reportes de la época hablan de un camión que perdió el control y los embistió. En ese accidente perdió la vida su hijo Pedrito, de cuatro años. El padre se quedó sin su falange del meñique derecho. De acuerdo con 'Semana', su segundo matrimonio con Cecilia Zambrano no pudo sobrevivir a la tragedia. “Botero decía que el mejor cuadro que ha hecho en su vida es el retrato Pedrito a caballo que está en el Museo de Antioquia. Y que por eso la pintura es sagrada para él”.

El famoso gato de Botero, en el Raval. 

El famoso gato de Botero, en el Raval.  / EPC

El elogio devino un lugar común. También lo recibieron las galerías más importantes del mercado global del arte. Su obra Adán y Eva daba la bienvenida a los que entraban a Expo Sevilla 92. En Barcelona, dos esculturas muy populares en la ciudad llevan su firma, el gato de la Rambla del Raval y El Caballero de la Terminal 2 del Aeropuerto. Sus esculturas ocuparon también las aceras de los Campos Elíseos. Las muestras retrospectivas eran aclamadas por los visitantes en todas partes. Botero se había universalizado. Peggy Guggenheim, sobrina del fundador del Museo Guggenheim de Nueva York, lo ubicó como parte de una santísima trinidad que compartía con Francis Bacon y Pablo Picasso.

 Nunca, sin embargo, le faltaron controversias, como cuando representó, fuera de las imágenes más costumbristas, los abusos de los soldados de Estados Unidos en la prisión en Abu Ghraib en Irak. “Quería dejar un testimonio contra el horror”, dijo al respecto. Como era de esperar, esos cuadros generaron aversión, especialmente en la derecha norteamericana.The New York Times salió en defensa de esa serie de obras.

La firma de Botero está impresa o esculpida en más de 300 obras, almacenadas de diversas bodegas alrededor del mundo. Dicen que no pensaba mucho en la muerte. Le gustaba pintar sin descanso tanto en Montecarlo como Nueva York, en París, Pietrasanta, en la Toscana italiana, Bogotá y Rionegro, en la región de Antioquia. Adoraba estar con su compañera Sophia Vari, sus hijos y nietos.

Los últimos días había presentado problemas de salud que lo obligaron a la atención hospitalaria. Una neumonía, le explicaron. Botero quisio continuar su recuperación en la tranquilidad de su casa”, donde falleció.