Centenario de su nacimiento

Italo Calvino, el autor que escribía subido a un árbol

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LIBROSITALO CALVINO

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Gonzalo Torné

Gonzalo Torné

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Aunque existen indicios de un Calvino dedicado a la literatura realista (con títulos como 'El sendero de los nidos de araña' o 'Los jóvenes del Po', tentativas de escribir la 'gran novela obrera' lo cierto es que Italo Calvino no llegó a ser él mismo hasta que decidió subirse a los árboles. Me refiero, por supuesto, a su trilogía 'Nuestros antepasados', donde Calvino parte de situaciones fantásticas (un aristócrata partido por la mitad, una armadura hueca de cuerpo, animada por la pura fuerza de la voluntad) que parecen pedir a gritos que las interpretemos de manera simbólica. Pero el territorio Calvino, de cuyo nacimiento se cumplen 100 años el 15 de octubre, está lejos de la sugestiva opacidad de Kafka. La tentación de leer 'El vizconde demediado' o 'El caballero inexistente' como parábolas planea sobre muchas de sus páginas, pero lo cierto es que las narraciones de Calvino se desparraman siguiendo la estela de su encantadora imaginación.

La novela central y la mejor, 'El barón rampante', ni siquiera encaja en el género fantástico. El relato de un adolescente que tras una discusión familiar decide irse a vivir para siempre a las copas de los árboles pertenece más bien al reino de lo inverosímil, aunque guarda una relación cómica con la retirada al desierto de los eremitas o con la costumbre de abandonar la ciudad para disfrutar de una existencia más natural. 

Aunque admite ser leída como una respetuosa parodia de algunas ideas “naturalistas” de Rousseau lo cierto es que Cósimo Piovasco de Rondó (pues así se llama el muchacho) ni huye de la gente ni se retira de los castillos, sino que emplaza su 'reino' en un estado intermedio, que no está tanto alejado de la sociedad como alzado del suelo. Lo suyo es menos un cambio de estado que una perspectiva. Calvino desdeña explorar el simbolismo de la retirada arbórea, entregado como está al despliegue de sus posibilidades narrativas: casi sentimos el esmero con el que ha escrito escenas tan detalladas como la de los juegos infantiles, las entrevistas de Cósimo con su padre, la persecución de los ladrones de frutas, el encuentro con Voltaire o la suave vergüenza del enamoramiento. Pero si algo expone Calvino con detalle amoroso es cómo se las arregla el joven aristócrata para dormir, alimentarse, amar y hacer sus necesidades entre las ramas, de manera que en algunas páginas luce como un Robinson de los árboles. Calvino está al corriente de las distintas texturas y durezas de cada madera, y como ilumina la luz el follaje en cada estación, conoce la voz de cada pájaro y los movimientos del menor insecto, ofreciendo al lector una mezcla única de pragmatismo y poesía. El resultado es la mejor novela del XVIII francés, escrita en pleno siglo XX. 

En el arranque de los años 60 Calvino regresó a la novela realista, pero no retomó el asunto donde lo había dejado, sino que incorporó los logros de su trilogía fantástica a la indagación de paisajes más verosímiles. Calvino recrea de manera crítica las tensiones sociales de su tiempo, pero integra una dimensión simbólica que cohesiona el relato. Detengámonos en 'La nube de smog', una novela breve donde Calvino introduce el problema del medio ambiente incrementando su magnitud cada diez páginas: de la manía del protagonista (casi una patología) de lavarse las manos atemorizado por las partículas de polvo, se pasa a un examen de la contaminación urbana, y de aquí a los temores ante una futura radiación nuclear. Con una estructura muy suelta Calvino repasa la gris épica del oficinista, sus escapadas de fin de semana, sus amores sin poso, las comidas de menú, y la rutinaria extrañeza de vivir en una habitación alquilada. La narración va de una escena a otra sin terminar de tramarse en un argumento, pero si la novela nos parece coherente (además de por la sequedad moral del protagonista) es gracias esta dimensión simbólica del smog que termina elevándose en la preciosa escena final: la del coro de lavanderas enjabonando unas prendas tan blancas que parecen capaces de absorber toda la grisalla de la vida urbana y la contaminación que flota sobre sus calles y avenidas. 

El escritor italiano Italo Calvino, en Nueva York, 1983.

Italo Calvino, en Nueva York, 1983. /

Refractario a la repetición

Pero Calvino siempre estaba cambiando y no se detuvo aquí, él mismo presumía y se divertía a costa de su querencia por la metamorfosis, de a su indisciplina para acogerse a una poética estable. Siempre encontramos rasgos particulares, indicios tan reconocibles como la elegancia del tono, esa capacidad para condensar ideas densas en aforismos ligeros o la brisa del humorismo…. Pero sus novelas pueden agruparse en bloques que parecen responder a inquietudes formales distintas, como si le repeliese insistir en un territorio donde solo podría ya repetirse. Resultado de esta inquietud son tanto 'El castillo de los destinos cruzados' como 'Las ciudades invisibles', uno de sus libros más deliciosos y originales escritos en italiano. La novela parte de una situación fantástica: las entrevistas de Marco Polo con el emperador Kublai Kan. Como suele ser habitual en el gremio de los emperadores, Kan pasa sus días medio abrumado por sus obligaciones y medio aburrido por una impunidad con la que ha saciado todos sus deseos. Polo entretiene a Kan no solo con el relato de sus viajes, también expone ciudades imaginarias y da cuerpo a las fantasías urbanísticas del emperador cuando al monarca le da por soltar su vena poética. 

'Las ciudades invisibles' tientan al crítico a clasificarla como una 'novela de cuentos', pero las descripciones de las ciudades se inclinan más por la estampa lírica que hacia la narración. La novela prefiere entregarse a la fantasía visual que a la imaginación del relato. La conversación altera a Marco Polo y a Kublai Kan de manera demasiado sutil para promover el progreso del relato. La secuencia de ciudades orientales (muchos detalles parecen extraídos del Flaubert de 'Salambó', después de limar los salientes escabrosos) con sus velos nostálgicos y su lento consumo del ocio y la contemplación invitan al lector a abandonarse. La lasitud y el lirismo apenas quedan interrumpidos por la insistencia de Calvino en condensar las ciudades en ideas que expliquen su idiosincrasia social, siguiendo la estela de Borges, un autor capaz de reconstruir con nitidez una civilización inventada con apenas explicarnos su sistema de clasificar los objetos. Las ideas vertebradoras de Calvino no son tan penetrantes, se escoran en ocasiones en paradojas previsibles (la ciudad que todos recordaban con exactitud porque se había hundido en el olvido), pero eso solo indica lo complicado que resulta ser tan genial como Borges, sin restarle a este libro tan recomendable un gramo de su delicia. 

'Si una noche de invierno un viajero', que supone la despedida de Calvino de la ficción, es una de esas novelas que en su momento parecen abrir nuevos caminos para la literatura y que leídas ahora suenan un tanto desgastadas. Calvino se entrega a un festival de ingenio metaficcional alternando la lectura del relato con las peripecias de sus lectores. Para complicar más el asunto lo que leemos es el relato comentado por sus personajes de ficción. La audacia de las ideas (innovadoras y atractivas) nos dejan boquiabiertos, pero su despliegue, página a página (y no son pocas) resulta complicado y aburrido de leer, a menos que uno arda en la fe de la “literatura del futuro”. La manía de imponer la idea y la forma a la imaginación y los detalles, que ya asomaba en 'Las ciudades invisibles' se ha desbordado aquí en una gélida literatura teórica y de ideas, sugestiva quizás para académicos, especialistas e historiadores de la literatura, pero que al grueso de lectores nos recuerda a pasear por un templo vacío de fieles, cuya liturgia se ha perdido y en cuyos dioses ya no sabemos cómo creer.

Una confianza en la idea y el plan que parecen el reverso del travieso vuelo de la imaginación con el que desplazaba a Cósimo por los bosques de Ombrosa. Y es que a veces no hay otra manera de terminar que como se empezó: el mejor Calvino escribió subido a los árboles.

La presión de la época

En paralelo a su obra de ficción Italo Calvino escribió varios libros de crítica y ensayo. Títulos como 'De fábula', 'Seis propuestas para el próximo milenio' o 'Por qué leer a los clásicos' dan cuenta de unos intereses inclinados a la estética y a la literatura, que combinan la atención por los grandes logros de la tradición con una sensibilidad receptiva a los retos del futuro. 

Esta vertiente crítica, de comentario sobre los libros y la lectura, se remató con la publicación de 'Los libros de los otros', una recopilación de 269 cartas a amigos y conocidos escritores (Primo Levi, Natalia Ginzburg, Umberto Eco, Leonardo Sciascia...) sobre libros ajenos, que incluye filias y fobias. Cualquiera de estos libros suponen una tentación para el aficionado a la lectura a la que es muy recomendable ceder. En todos ellos encontrará enseguida correspondencias entre la amable y aguda inteligencia crítica de Calvino y la civilizada y juguetona voz que late detrás de sus narradores.

Menos conocidos y más inquietantes son los textos que Calvino dedicó a defender sus libros de ficción, como el epílogo de 'Nuestros antepasados' o la extrañísima biografía crítica que antepuso sin firma (pero cuya autoría ha sido reconocida por sus herederos) a los cuentos de 'Los amores difíciles'. Son textos donde la brillantez expositiva de Calvino se repliega en unas justificaciones y defensas muy espesas. Una prosa y un tono, un ánimo y un estilo, irreconocibles. Y donde se apuntan interpretaciones políticas, simbólicas y filosóficas que no digo que empobrezcan las novelas, pero sí que entorpecen su interpretación, situándolas en órbitas extrañas, y alejándolas de las corrientes naturales de lectura, accesibles a cualquier lector, donde mejor brillan 'Las ciudades invisibles' o 'El barón rampante'. 

Son textos estrechos que dan cuenta de una época, ya clausurada, de enfrentamientos cruentos entre facciones poéticas. Donde un desvío o un libro tibio con las premisas en boga podía significar la exclusión o el ostracismo del autor. Una presión que explicaría los remordimientos críticos que Calvino arrastraba tras abandonar la novela social, y probablemente también su regreso en los años 60. Y quien sabe si no ayudaría a comprender los años de silencio y quizás también los excesivos desplantes finales, cuando con su prestigio ya afianzado, se entregó a un juego metaficcional tan evasivo que parece escrito de espaldas al mundo donde vivía. Como una revancha.