Publica 'Ciudad de caramelo'

Jennifer Egan: “Hay un pacto fáustico en nuestras transacciones tecnológicas”

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La escritora Jennifer Egan en un retrato de Van Hattem.

La escritora Jennifer Egan en un retrato de Van Hattem. / EPC

Idoya Noain

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Quién leyó y se rindió a ‘El tiempo es un canalla’, la novela con la que Jennifer Egan conquistó en 2011 el Pulitzer, el National Book Critics Circle Award y a cientos de miles de lectores en todo el mundo, está de enhorabuena. Quien no lo hizo seguro que lo hace ahora, o debería, si quiere una auténtica golosina. Porque Egan, una autora que constantemente se reta a sí misma, decidió escribir ‘La casa de caramelo’, un libro hermano de aquella obra, que Salamandra publica este jueves en España. Y solo o, mejor aún, leído junto al primero (que Salamandra también relanza ahora), representa un festín literario, otra constatación de por qué la autora nacida en Chicago se ha ganado su lugar privilegiado en el canon de las grandes plumas vivas de la literatura estadounidense.

Si ‘El tiempo es un canalla’ era ya un caleidoscopio, 13 historias sin orden cronológico que se fusionaban magistralmente, ahora los efectos casi psicodélicos se multiplican. Todo fluye y cobra sentido de nuevo conforme Egan maneja con brillantez lenguaje y narración y rompe de nuevo corsés, exhibiendo la rica elasticidad de los límites formales. Si antes hubo un capítulo escrito como un power point, por ejemplo, esta vez hay uno en forma de textos de menos de 140 caracteres, y otro que exhibe que narrar a base de algoritmos no es imposible.

La escritora Jennifer Egan en un retrato de Van Hattem. 

La escritora Jennifer Egan en un retrato de Van Hattem.  / EPC

La tecnología, en lugar de la música, toma un papel central en ‘La casa de caramelo’. Y el escenario planteado, uno en que pensamiento y recuerdos pueden ser externalizados y hechos accesibles a otros, no es ciencia ficción distópica sino más bien una exageración de herramientas que ya tenemos. Egan consigue con ello no solo darse oportunidades, como narrar a la vez en primera y tercera persona, sino que abre las puertas a una reflexión sobre cómo la tecnología nos cambia, sobre memoria y autenticidad.

Es posiblemente el resultado que se podía esperar de una autora que en la misma entrevista realizada este verano desde su casa de vacaciones, dice cosas como: “la tecnología no me interesa mucho” pero, también, “la curiosidad es mi mayor herramienta”. Y es también el triunfo de una escritora que, al explicar su proceso creativo, despliega un mapa de “instintos e incertidumbre”, un camino “muy gradual, peripatético, y una especie de método de prueba y error. Es la única forma en que sé hacer esto”, asegura.

El lado oscuro de la tecnología

Hace tiempo que Egan leyó “The image”, un libro publicado en 1961 por el historiador Daniel Boorstin, hoy “difícil de leer, obsoleto, con un tono condescendiente, sexista y cristiano”. Pero los puntos básicos de esa obra, donde se acuñó la frase “famoso por ser famoso”, son “completamente correctos” para Egan.

“Hoy pretendemos observar, pero en realidad las cosas que supuestamente estamos observando están siendo creadas para las pantallas, así que hay una sensación de artificialidad sobre la experiencia mediática, y eso nos crea un hambre por la autenticidad”, reflexiona. “Sentimos que hemos consumido algo inauténtico y lo hemos hecho. Y la ironía es que la cultura de medios trata de satisfacer ese deseo de autenticidad dándonos algo incluso más mediatizado, así que se da ese irónico bucle de ansia porque buscamos satisfacción a través de la precisa entidad que la está minando”.

Es una “muestra de cómo funciona la adicción”, continúa. “Sientes algo único, pero de hecho lo estás destruyendo”. Y no es lo que la escritora piensa de la tecnología per se, pero sí cree que “hay un pacto fáustico con muchas de estas transacciones con las tecnologías, porque nuestras interacciones son mucho más transaccionales de lo que nos gustaría pensar”.

“Nuestra obsesión cultural con los datos, la idea de que nos pueden decir todo”, también entró en el foco intelectual y creativo de Egan. Por una parte, tuvo una “revelación” cuando, animando a uno de sus hijos a ponerse a leer en vez de mirar estadísticas de béisbol, él le mostró cómo donde ella “solo veía números, esas tablas estaban contando una historia”.

“En Estados Unidos, donde existe toda esta vigilancia y se acumulan tantos datos, a la vez, no se puede predecir ajustadamente ningún gran acontecimiento”, plantea. “No vimos venir los atentados del 11-S, no vimos venir la elección de Donald Trump, no vimos la pandemia. ¿Cómo puede ser que sepamos todo de todo el mundo y aun así los grandes acontecimientos nos pillen completamente por sorpresa?”  

La escritora, en una imagen promocional. 

La escritora, en una imagen promocional.  / EPC

Libertad de imaginar

Con ‘La casa de caramelo’ Egan vuelve a tejer el mejor alegato posible a favor de la libertad de imaginar. Y es algo básico para una autora que fue presidenta de la organización PEN y que junto a otras figuras destacadas firmó recientemente el manifiesto 'Libertad para leer', redactado hace 70 años y reeditado en un momento de crisis de vetos de libros y censura.

Es una amenaza que llega de la derecha y de la izquierda, explica. En el primer caso, Egan ve cómo parte del país "quiere vivir en un mundo como el de Vladimir Putin, queriendo dictar quién puede imaginar qué”, algo por lo que siente “absoluto rechazo”. “Leer libremente es una parte importante de ser un ciudadano empoderado y vetar libros está ahí, junto a las restricciones de voto, como parte de los esfuerzos de la derecha de acercarnos a ser un país totalitario”, dice.

Pero no ve menor la amenaza desde desde la izquierda. “Por ejemplo, en el debate de la apropiación cultural, sobre quién tiene derecho a escribir qué, no he oído a nadie hacer un argumento coherente o incluso un mero argumento para defender tener una policía de la imaginación”, reflexiona Egan. “Todo creador quiere libertad para crear lo que queramos. La rabia legítima sobre otras cosas, como la falta de oportunidades y otros males, ha acabado equiparando una lucha que en mi opinión no es real”.

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