Polémico estreno
'Oppenheimer' en Japón: una película que chirría en los aniversarios de Hiroshima y Nagasaki
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Adrián Foncillas
Periodista
No se ha estrenado 'Oppenheimer' en Japón y abundan las razones: la película de Christopher Nolan remueve el gran trauma histórico nacional, persevera en el olímpico desprecio de la perspectiva del agredido y ha venido aliñada con una majadera campaña publicitaria. Las informaciones sobre su censura en el país que padeció el invento del científico estadounidense, sin embargo, son prematuras. Es más verosímil un retraso quirúrgico.
El mayor distribuidor del cine extranjero en las salas japonesas, Toho-Towa, no ha explicado las razones del retraso ni desvelado la fecha del estreno. El tercer mercado cinematográfico del mundo opera con reglas propias. Hollywood carece de voz para decidir los estrenos y el país suele ser el último en programar sus grandes producciones, meses después en muchos casos, tras haber acreditado su rentabilidad en el resto del mundo.
Otras películas estadounidenses recientes sobre la Segunda Guerra Mundial como 'Pearl Harbour' (Michael Bay) o 'Las Banderas de nuestros padres' (Clint Eastwood) fueron exhibidas y el cine clásico japonés no ha eludido aquella devastación: 'Los niños de Hiroshima' (Kaneto Shindo), 'Hiroshima' (Hideo Sekigawa)… Pero el contexto confabula contra 'Oppenheimer'. Es probable que el distribuidor juzgue que la cuota bélica en la cartelera ya está cubierta con la última joya de los Estudios Ghibli, sobre el Tokio tras los bombardeos, y que la hagiografía de Oppenheimer chirría en las vísperas de los aniversarios de las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto. Los analistas pronostican su estreno tras ellos.
Los debates alivian la espera. Muchos achacan a la película que ignore a los cientos de miles de muertos japoneses. Nolan lo ha justificado en su decisión de centrarse en la vida del inventor, comprensible desde la libertad artística, pero que acaba glorificando el trabajo del hombre blanco, desatendiendo sus consecuencias y con tenues remordimientos. Lo explicaba Frankie Boyle, un cómico escocés: “No sólo los americanos irán a tu país y matarán a tu gente… regresarán 20 años después y harán una película sobre cómo aquellas matanzas hicieron sentirse tristes a sus soldados”.
Han regresado también las discusiones sobre el argumento a posteriori de que aquellas bombas salvaron vidas. La invasión habría costado un millón de muertos, entre estadounidenses y japoneses, según las cuentas del expresidente, Harry Truman. Su repetición acabó transformando la mayor y más cobarde masacre de la historia de la humanidad en un acto misericordioso.
El vínculo con la energía nuclear
Ningún otro país muestra un vínculo mayor ni más esquizofrénico con la energía nuclear. Japón ha mantenido una larga relación con la causante de sus mayores dramas. De las centrales nucleares sacaba el 30 % de su energía y planeaba elevarlo al 50 % cuando la crisis de Fukushima empujó al país al diván y al gobierno a prometer un horizonte sin ellas. Las urgencias energéticas han enterrado aquel propósito una década después. Las contradicciones se extienden a la política de defensa. Su admirable Constitución pacifista de 1947 que proclamaba los tres principios (no poseer, no fabricar y no utilizar armas nucleares) ha sufrido en la última década los embates del gobierno conservador, atareado en limarla para combatir las amenazas norcoreana y china. Son asuntos divisivos que impiden al país salir de su laberinto nuclear.
No hay discusiones sobre el fenómeno 'Barbenheimer', audacia léxica que alude a las dos películas de éxito del momento y plasmada en memes que yuxtaponen la fantasía azucarada de la muñeca con hongos nucleares y otros despropósitos. Ningún japonés le ve la gracia. A la campaña ha contribuido el estudio Warner Bros con comentarios frívolos como “Siempre pensamos en rosa” o “Va a ser un verano para recordar”. Primero la subsidiaria japonesa, tildándola de “extremadamente lamentable”, y después la matriz, mostrando su “profundas disculpas”, respondieron al tsunami de indignación. Una bomba atómica, habían recordado los internautas japoneses, no es 'cool'.
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