La caja de resonancia

Jane Birkin, la cantante que jamás habría ganado un ‘talent show’

Manejando una voz escasa, que hoy no tendría un lugar en el paradigma musical televisivo, y sin ser compositora, la artista franco-británica dispuso de un don para transmitir veracidad como intérprete y de un talento para construir una reivindicable obra discográfica

Jane Birkin, en Barcelona, en el 2009.

Jane Birkin, en Barcelona, en el 2009. / JULIO CARBÓ

Jordi Bianciotto

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No es que Jane Birkin no habría ganado nunca ‘La Voz’, ‘OT’ o ‘Eufòria’, es que ni siquiera habría pasado la primera preselección. ¡Qué pretende esta señorita manejando ese hilo de voz!, se habrían horrorizado los jurados, atentos a ruiseñores afectados y a imitadores. Pero, sin abrumar con el canto, Birkin nos conquistó valiéndose de recursos tan o más importantes: una tierna pulcritud ejecutiva, esa identificación creíble con cada estrofa, la aparente incapacidad de fingir.

Tampoco era compositora (sí letrista, en dos de sus últimos álbumes), pero aun con esas carencias, dio forma a una obra discográfica perfectamente disfrutable. Hay artistas así, que son creadores sin serlo de un modo literal: ahí está su amiga Marianne Faithfull. Y bien, flotan en torno al personaje claves fascinantes, y resuena todavía el eco del escándalo, pero no hay que olvidarse de sus grabaciones, que merecen atención más allá de la reseña de Jane Birkin en clave de vida social.

Es cierto que su discografía ha sido, en buena medida, un reflejo de las fantasías de Serge Gainsbourg, que compuso para ella sus canciones más reconocibles, no ya solo del iniciático ‘Jane Birkin – Serge Gainsbourg’ (1969), sino del catálogo que desplegó ya en solitario, con piezas deliciosas como ‘Ex fan des sixties’ (1978) y ‘Baby alone in Babylon’ (1983). Nadie mejor que ella para cantar al genio. Después de abandonarlo, por mero sentido de la supervivencia, cuando ya se había convertido en el decadente ‘Gainsbarre’, trató de asociarse con otros autores, y de ahí salieron otros discos hermosos. Pero no dejó de volver a Serge (el mágico ‘Arabesque’, 2002), si bien últimamente era prometedora su alianza con Étienne Daho.

Después de todo, a ella le gustaba dar un aire casual a su peripecia. Así me lo contaba quince años atrás, cuando la entrevisté en su casa de París, en la ‘rue de Jacob’, en el corazón de la ‘rive gauche’. Estancias repletas de libros y con papel pintado negro, muebles antiguos y sensación de peso, todo ello en contraste con su eterna sonrisa liviana. Se reconoció como una ingenua porque había ido a hablar con Sarkozy para que Francia no invirtiera en la Birmania de la dictadura militar, que tenía bajo arresto domiciliario a su amiga Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz, y tachó de “accidental” su salto al mundo de las artes. “Yo empecé haciendo las cosas porque alguien me elegía y me las proponía”. Y no podías evitar pensar que claro que sí, porque fijarte en ella era lo más natural del mundo.

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