Visita de una leyenda
Bob Dylan embruja en el Liceu con su indomable arte de la canción
El músico exhibió vitalidad y rigor en un concierto en el que apostó por su loado último disco con material original, ‘Rough and rowdy ways’, sorprendió con una versión de The Grateful Dead y mantuvo la tensión entre el público, que había tenido que bloquear sus móviles a la entrada del Gran Teatre
Jordi Bianciotto
Periodista
Dylan socialmente insondable, en su mundo de músicas sin corromper (o esa es la ilusión), regenerándose en cada gira a costa de revolver su cancionero y darle nuevas formas. Y Dylan en la atalaya de sus 82 años, que proyectan nuevas connotaciones a letras como la de ‘Watching the river flow’, pieza que abrió el primero de sendos conciertos en el Liceu, magnas citas del festival Guitar BCN. “Sentado en este banco de arena / mirando cómo fluye el río”, sí, y entregándose a un muy despierto diálogo con ese quinteto de músicos con el que navega a placer por las aguas del rock’n’roll, el country, el blues y sus afluentes.
Esta vez, su instrumento fue un Grand Piano modalidad ‘baby’, que tocó mirando al público, semiescondido por tanto cuando estaba sentado (y el pie de micro en ocasiones le tapaba la cara), con sus cómplices rodeándolo, haciendo piña, atentos a cada gesto. Enmarcados por un teatral telón rojo y envueltos en la penumbra (las lámparas del Gran Teatre mantuvieron, en cambio, una tenue e inhabitual iluminación), la ‘troupe’ entró en materia priorizando el material del álbum ‘Rough and rowdy ways’ (2020). Evocando a Walt Whitman en la solemne ‘I contain multitudes’ (que Dylan cantó levantándose y tocando de pie) y asaltando el viejo blues en ‘False prophet’ (con exquisitas improvisaciones de los guitarristas). Citas, también, al recién publicado disco de ‘remakes’ libres ‘Shadow kingdom’, como un ‘When I paint my masterpiece’ con aplaudidos soplidos de armónica, y un frondoso ‘To be alone with you’ con violín.
Aullidos en la platea
Sin móviles a la vista en platea y palcos (habían sido inmovilizados a la entrada), era perceptible la concentración del público en lo que ocurría en escena, una situación inédita en, al menos, una década. Silencio sacro, con explosiones fugaces de júbilo: aullidos en ‘I’ll be your baby tonight’, en esa asombrosa versión con introducción a piano, giro rock’n’roll pantanoso y desenlace a ritmo de blues. Tampoco hubo fotógrafos que pudieran distraer al mito, vetados del concierto como es su costumbre.
Si en otros recitales andaba ofreciendo 17 canciones, aquí fueron 18, con dos peculiaridades: el rescate de la trotona ‘Tweedle dee & tweedle dum’ y, gran sorpresa, ‘Stella blue’, de The Grateful Dead, ambas en un tramo final en el que Dylan cantó a las musas y a la fe espiritual. Hay un halo de trascendencia en este repertorio con citas a la última morada, como ‘Black rider’ y ‘Key West’, que conecta con la vibración de aquellos discos cristianos de hace más de 40 años. Y ahí estuvieron una destilada ‘Gotta serve somebody’, ahora sin los coros góspel, y la despedida con ‘Every grain of sand’, confesión en primera persona donde “en la furia del momento” dice ver “la mano del maestro”. También pudimos verla esa noche de Sant Joan en el Liceu, donde el trovador tuvo a bien despedirse del público con una leve inclinación compartida con sus músicos.
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