Crítica de 'Trenque Lauquen' de Laura Citadella: cuatro horas que saben a poco

Un fotograma de la película.

Un fotograma de la película. / EPC

Nando Salvà

Nando Salvà

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Vaya por delante que las cuatro horas largas que dura ‘Trenque Lauquen’ saben a poco. Es una película cautivadora de principio a fin gracias a la densidad y la originalidad de sus tramas y subtramas, de su estructura no lineal y sus abundantes digresiones, y de su camaleónica habilidad tanto para transitar entre el realismo y el onirismo ‘lynchiano’ como para, entretanto, hacernos sentir que en cada una de sus escenas podría pasar cualquier cosa. 

Lo que la argentina Laura Citadella plantea con ella vendría a ser una intriga detectivesca que, eso sí, no involucra asesinos ni víctimas. Su protagonista es una bióloga bonaerense a la que se pierde la pista repentinamente en la localidad del título, y la consecuente investigación del suceso sirve menos para generar respuestas que para abrir nuevos interrogantes acerca de especies florales desconocidas, de cartas de amor escondidas en libros de la bliblioteca, de criaturas monstruosas posibles y de una yuxtaposición de mitos, rumores y habladurías que funcionan como detallado retrato de una forma de paranoia típica de las comunidades pequeñas.

Cada nuevo misterio abre la puerta a otro misterio más y, al final, la explicación de todos ellos no solo es deliberadamente insatisfactoria -poco más que una constatación de que nadie conoce a nadie, ni siquiera a sí mismo- sino, sobre todo, mucho menos importante que el hipnótico placer obtenido perdiéndose en sus recovecos.

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