Crítica de libros

Crítica de 'Descampados', de Manuel Calderón: los no lugares

Manuel Calderón, autor de 'Descampados': “El 'procés' provocó fractura y silencio”

Libro autobiográfico de difícil clasificación que urde con hermosa hondura la experiencia de la emigración y el desarraigo

Manuel Calderón

Manuel Calderón / José Luis Roca

Ricardo Baixeras

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Qué cosa es este libro no es una pregunta fácil de responder. Y no lo es porque aquí estriba el meollo de la cuestión que ha tratado de situar -que no de resolver- Manuel Calderón (Peñarroya-Pueblonuevo, Córdoba, 1957). Si el lector se asoma a él encontrará la memoria personal de un hombre recién llegado a una idealizada y acristalada estación de Francia y a la ahora añorada Barcelona de 1970 de la que, según el autor, apenas queda nada porque “... mi paisaje fue un descampado, un territorio salvaje, que, a diferencia del jardín idílico, del huerto o del campo que se pierde en el horizonte, es un lugar para la nada”. Encontrará la vida imaginada de un escritor, periodista, pensador de raza y filósofo que, con tintes autobiográficos, tiñe sus recuerdos desde el espacio mudo de un paisaje convertido en “un punto de vista […] la elección del lugar desde donde se mira”.

Pero también encontrará un libro escrito ‘como si’. Como si se quisiera enterrar la insidiosa cuestión de los géneros pergeñando para ello una novela sin ficción, una ficción sin novela, un ensayo imaginario, un libro de aforismos y sentencias de hondo calado, una guía de viajes personalísima sobre un lugar vacío, un no lugar detenido en el tiempo -los energéticos descampados, donde “todo se transforma, nada muere” porque, aunque “... es fácil construir [...] lo que necesitamos es el vacío”-, pergeñando, digo, la experiencia propia vislumbrada desde la poesía ajena y el teatro de variedades por el que pulula la historia personal y colectiva de un país y sobre todo de una ciudad y, si se quiere, la crónica inequívocamente personal y familiar de un emigrante andaluz convertida en un tratado sociológico dibujado desde el vasto territorio de un país descrito en estos términos: “España siempre es una obra pública, una casa a medio construir. Cuando los jubilados miran su desarrollo y avance, España está en paz. La historia transcurre desde una fuente pura hasta un desagüe inmundo. Es una visión tremendista, lo sé. Evitaré dejarme arrastrar por ese caudal”.

 Los agitados e inquietos recuerdos del narrador (especialmente presente cuando se dirigen a la cuestión del ‘procés’) se disuelven en la profundidad de un lenguaje en el que se cifra una experiencia trágica, en la medida en que es ambigua, y personal, en la medida en que se piensa como un todo. La heterogeneidad del libro le permite a Calderón hacer con su escritura lo que quiere, léase configurar literal y literariamente el espacio real por el que transitan Pasolini, Camus, Mohamed Alí, Lowry, Iris Murdoch, Benjamin, Schopenhauer, Agamben, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Trías, Valverde o Lledó. Esta hondura adquiere tintes de una extraña belleza cuando el autor presiente el desamparo indeterminado que le alcanza como un absoluto. Lean, si no, “Expulsados del paraíso”, cuarta y última parte del libro, y asistan a de qué callada manera una conciencia se relata a sí misma a través de la amistosa cercanía de Carlos y Ana. 

Un libro difícil de olvidar.

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