Análisis de la gala eurovisiva

Blanca Paloma arriesgó más que Loreen y pagó por ello

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El decepcionante resultado de ‘Eaea’ no es equiparable a las debacles de TVE en su desnortado ciclo 2005-21, ni al ‘zero points’ de Remedios Amaya, y el abultado voto de los jurados sugiere que hay un camino a seguir

Jordi Bianciotto

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Blanca Paloma no cumplió los objetivos en Liverpool, ya no ganar sino anotarse una posición final notable (dentro del Top 10, al menos), pero, aunque su 17º puesto (de 26 participantes) sea muy pobre, no podemos colocarlo en el pelotón de los descalabros de TVE en el infausto (y desorientado) ciclo 2005-21, ni emparentarlo con el fiasco de la ‘barca’ de Remedios Amaya, aquel ‘zero points’ de 1983. Que, de los 100 votos obtenidos, 95 correspondieran a los jurados (y solo cinco al demoledor escrutinio popular) nos habla de un reconocimiento a su audacia artística y su pulsión vanguardista, aunque la canción, ‘Eaea’, terminara quedando corta de ‘punch’ para el gran público.

Era una pieza difícil para los cánones eurovisivos y lo sabíamos, o podíamos vislumbrarlo. Se apostó por una canción que sintoniza con las tendencias innovadoras en torno al flamenco y la canción popular, en ese territorio en el que se han movido en los últimos años desde una Rosalía hasta Rocío Márquez, María José Llergo o Maria Arnal. La ilicitana bordó su actuación, cantando con exquisitez y arropándose de una poética puesta en escena, si bien el tema, con su mezcla de brumas electrónicas y ese estribillo en trance sostenido por las palmas, y su punto de griterío telúrico, tal vez resultó excesivamente oscuro o estridente para las audiencias.

La semilla flamenca

Así que, aunque el balance numérico sea decepcionante, la sensación no es tanto de fiasco sin paliativos (como en su día con Blas Cantó, Manel Navarro, Edurne, El Sueño de Morfeo, Soraya y algunos más que quedaron peor incluso, del puesto 21º para abajo), sino más bien de haber asumido un riesgo excesivo o de no haber afinado lo suficiente. Eurovisión no es una burbuja desconectada del mundo, y aunque se rige según sus propias leyes, el auge a escala global del folk y los sonidos de raíz en la cultura pop también le alcanza. Pensar que mandar a Eurovisión un tema con ascendiente flamenco es un pasaporte a la debacle suena más bien a tic del pasado. Es posible que solo se trate de encontrar la canción adecuada. Que no es poca cosa. Ya conocido el resultado, Blanca Paloma hablaba en TVE de su actuación como “una semilla”.

En el reverso de la actuación española está la victoria de Loreen bajo la bandera sueca: una canción, ‘Tattoo’, con sabor a plato recalentado, previsible e inferior a aquel ‘Euphoria’ que, en 2012, se elevó como el gran clásico eurovisivo del siglo XXI (dando incluso título a un popular ‘talent show’ de TV3 una década después). Así son las cosas.

Puestos a buscar el gran damnificado de la noche, pensemos en el papelón del país y la ciudad anfitriones: después de sacar pecho, amenizando la gala con canciones de orgullos autóctonos, The Chemical Brothers, Eurythmics y Blur, y de jugar con el subtexto de Liverpool como cuna de los Beatles (entre otros), el país propulsor del pop y creador de la lengua utilizada por 17 de los 21 participantes acabó quedando en penúltima posición. A veces es duro ser pionero, y Eurovisión es una maldita ruleta rusa.