Exposición transversal

Postporno, 'bondage' y dominación: la transgresión del Marqués de Sade se instala en el CCCB

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La muestra explora algunos aspectos de nuestra contemporaneidad a la luz de los escritos del controvertido autor francés

Elena Hevia

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Hay que ser muy extremo para provocar una gran incomodidad en el siglo XVIII, tanto en el Antiguo Régimen como en la libertad que trajo la Revolución Francesa, y seguir resultado incómodo en un siglo XXI en el que ya lo hemos visto todo, incluidos dos bombas atómicas y un Holocausto. Donatien Alphonse François de Sade (1740 -1814), el Divino Marqués -asi lo bautizaron los surrealistas- se mantiene hoy como “el elefante en la habitación” de nuestra cultura. Y aunque no fue en su vida íntima tan sádico como la tradición popular quiere pintarlo, se atrevió, como buen libertino que era, a imaginar sobre la página escrita las más abyectas y transgresoras expresiones del erotismo extremo, ese que encuentra placer en el padecimiento del otro a golpe de sometimiento y de látigo. 

¿Cómo leer e interpretar a Sade en estos tiempos de corrección política, lecturas literales y cancelaciones varias? Una valiente exposición en el CCCB bajo el título ‘Sade, la libertad o el mal’, que podrá visitarse hasta el 15 de octubre, rescata y filtra a través de una mirada contemporánea la filosofía y los textos del francés, que fue ignorado durante el siglo XIX y recuperado en el siglo XX, muy especialmente por las vanguardias artísticas que lo convirtieron en un profeta capaz de traspasar los límites de lo que se puede decir y como un mártir de la represión oficial, puesto que se pasó algo más de una tercera parte de su vida purgando sus escritos y fantasías en cárceles e instituciones psiquiátricas. 

Para mayores de 18

La muestra, calificada para mayores de 18 años -porque se incluye porno-, no se interesa tanto por la figura histórica del marqués como por su pensamiento filosófico. Hoy algunos aspectos de la obra de Sade, en palabras de Jordi Costa, jefe de exposiciones del CCCB, pueden ser detectables a nuestro alrededor “como el caso de Jeffrey Epstein o los discursos conspiranoicos del Pizzagate”. Pero junto a esos rasgos negativos ya conocidos, la muestra, comisariada por la catedrática de historia del Arte en Cambridge Alice Mahon y el catedrático de Teoría de la Literatura Antonio Monegal, ofrece la posibilidad de leer las novelas de Sade como ‘Justine’, ‘Juliette’o ‘La filosofía del tocador’ como distopías sociales que pueden iluminar algunos aspectos de nuestra contemporaneidad. Ese sería el objetivo de ‘Salò o los 120 días de Sodoma’, la película de Pasolini que utiliza el legado sadiano para denunciar la forma en la que “el cuerpo humano se ha convertido en objeto de consumo”, como destaca Monegal. 

Ilustraciones, grabados y pinturas de Salvador Dalí, Otto Dix, Alberto Giacometti o Roberto Matta, así como una película tan fundamental para el surrealismo como ‘La edad de oro’ de Luis Buñuel saludan al visitante e ilustran el fervor por la obra de Sade que se prolongará en los años de la contracultura y la revolución sexual. 

Un aspecto de la muestra.

Un aspecto de la muestra. / Joan Cortadellas

Libertinas y dominantes

Hay también una potencial mirada feminista que se ejemplifica en la frase de Ángela Carter: “Sade puso la pornografía al servicio de las mujeres”, quizá pensando en las heroínas libertinas y dominantes tan solo preocupadas por su placer. Aquí conviene poner la lupa en una edición de ‘Juliette’ de 1944 ilustrada por la argentina Leonor Fini que hace que al visitante le asalte una pregunta: ¿cómo una obra como ésta pudo ser impresa en el Vaticano cuando, además, la guerra todavía no había acabado? 

También aporta Sade mucho material para enfrentarse al binarismo sexual y de género, pues muchos de sus personajes son fervorosos partidarios del travestismo. Lo atestiguan fotos de Mapplethorpe, Carles Santos –muy amante de la fusta y las crucifixiones- o de Susan Meiselas –que hizo un legendario reportaje de moda de inspiración sadomasoquista para la revista ‘Garage’-, así como el cómic ‘Los invisibles’ con el que el escocés Grant Morrison construyó una censurada utopía 'queer' de ciencia ficción''. El CCCB también ha producido una 'performance' de los creadores de post-porno Quimera Rosa y Post-op que recupera a los personajes del Divino Marqués situándolo, dicen, en un contexto de “consentimiento, amistad y cuidado”. 

 Particularmente curioso es el Cuestionario BDSM (o lo que es lo mismo, 'Bondage', Dominación, Sumisión y Masoquismo) en el que se invita al visitante a contestar anónimamente en una cabina sus preferencias o repulsas de determinadas prácticas. Veinticuatro horas después, los resultados se muestran en una pantalla anexa que da cuenta de cómo un 4% de los encuestados están abiertos a hacer sangrar a su amante (siempre en un contexto de sí es sí), mientras un 12% confiesan haber jugado a fantasías de dominación y un 16% fantasean con el 'bondage' que ata y restringe el movimiento del 'partenaire'. 

La banalidad del mal

La parte más oscura del legado sadiano tiene que ver con la práctica de la crueldad y el abuso practicado por el más fuerte. Algo que cineastas como Stanley Kubrick en ‘La naranja mecánica’ o Michael Hanecke en ‘Funny Games’ representaron casi agónicamente y que tiene su concreción más absurda y banal en el experimento de Milgram. En 1961 en la Universidad de Yale se instó a una serie de personas a obedecer ciegamente las órdenes para que administraran corrientes eléctricas a unos sujetos, que por supuesto no las recibían, solo simulaban sentir un dolor extremo. El experimento demostró que pese a contemplar el supuesto padecimiento, ninguno de los participantes dejó de cumplir órdenes y administrar el máximo voltaje. 

De cómo todas estas pulsiones han encontrado acomodo en la política da cuenta un googlegrama de Joan Fontcuberta que reconstruye la tristemente famosa imagen de una soldado humillando a un recluso o la muy impactante instalación ‘PM 2010’ de Teresa Margolies que recoge las portadas de un periódico sensacionalista mexicano que sistemáticamente sitúa un desnudo femenino junto a un hecho delictivo, haciendo evidente la asociación sexo y violencia.