Crítica de teatro

'Mal de coraçon': Santa Teresa vive sin vivir

Mal de coraçon

Mal de coraçon / Caterina Barjau

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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La mística está de moda, quién nos lo iba a decir. Brillantes creadores vuelven la vista al cielo buscando las respuestas que no encuentran a ras de suelo. En esta línea, la dramaturga Victoria Szpunberg se ha impregnado de la obra visionaria de Santa Teresa para iluminar su nuevo texto, 'Mal de coraçon'. Como en Buñuel o Pasolini, reverbera un tono sacrílego, en este caso una exhortación al humor que todo lo vuelve prosaico. En esta lectura desacomplejada intervienen la energía e imaginación desatadas que imprime la dirección de Andrea Jiménez (Teatro en Vilo) y también la entrega de los tres intérpretes de la Companyia Solitària que desborda los límites del escenario del TNC. 

Todo pasa en un bar, convento moderno al que tres personajes perdidos acuden en busca de una redención imposible. En caída libre, un profesor de filosofía alcohólico (Pol López) que choca con un pobre desgraciado abandonado por su novia (Pau Vinyals). Cierra el triángulo la camarera (Júlia Barceló), en verdad una actriz rasgada por la precariedad que prepara un cásting musical, 'Santa Teresa Supestar'. Afuera, un diluvio de proporciones bíblicas, el mundo que se autodestruye ajeno a los pequeños dramas humanos. Szpunberg apuesta por su faceta más onírica, la irrealidad desconcertante de obras notables como 'Boys don't cry'. Un huracán de significados que giran arrasando la verosimilitud, el argumento y los posibles caminos hacia un final feliz. 

El dolor del alma

Entremeses de aire clásico, teorías ahistóricas, requiebros musicales; todo encuentra su espacio. La dirección de Jiménez no se asusta ante este apabullante guisado sobre el dolor del alma salpicado de versos de la célebre monja de Ávila. El dinamismo de la puesta en escena traspasa el marco del texto, se apoya en el absurdo beckettiano para darle la vuelta al paradigma barroco: meter humor para rellenar las sombras. La cuarta pared y otras convenciones están de más en esta misa muy humana que se ríe de las desventuras para igualarnos en nuestra nimiedad de seres sufrientes. 

Todo este despliegue no tendría sentido sin los tres intérpretes volcados en la causa de transmitir su entusiasmo. López está revelador como es costumbre en él, aún más porque se sale de sus registros arquetípicos. Vinyals trabaja una saturación emocional muy acelerada. Finalmente, la camarera que interpreta Barceló se lleva el gato al agua con sus vaivenes de cordura y desenfreno, valiente y frágil, con interpretaciones musicales de antología. Una obra para creer en los milagros.