QUEMAR DESPUÉS DE LEER

Pregúntale a Cheryl Strayed, por Laura Fernández

Cheryl Strayed recorrió a pie más de 1.000 kilómetros en 1995 y contó su historia en un 'memoir'. Aún siendo un ejemplo de superación, rehúye toda idea de heroicidad, lo que contrasta con ejemplos como el del malogrado protagonista de 'Hacia rutas salvajes', que acabó convertido, por el autor de su libro, en un mártir poderosamente ingenuo

Christopher McCandless y Christopher McCandless, dos historias parecidas contadas de manera distinta.

Christopher McCandless y Christopher McCandless, dos historias parecidas contadas de manera distinta. / Sara Martínez

Laura Fernández

Laura Fernández

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Nathanael West, el genial escritor que se mató en un accidente de coche de camino al entierro de su buen amigo Francis Scott Fitzgerald, publicó en 1933 una novela divertidísima sobre un tipo dedicado a escribir una columna de consejos sentimentales en un periódico. La novela se titula 'Miss Lonelyhearts', es decir, algo así como Corazón solitario. Evidentemente, el corazón más solitario de todos es el del tipo en cuestión. Así, las cartas de las lectoras no hacen más que recordarle todo lo que no funciona en su propia vida. Y algo así ocurre tanto en la interesantísima serie sobre la mercurial autora de una columna llamada 'Pregúntale a Adelaida', 'Wolf Like Me', y en la inminente adaptación de 'Pequeñas cosas bellas', de la famosísima Cheryl Strayed.

Cheryl Strayed es tan famosa que puede avalar a la mismísima Mary Karr. Su último libro, un ensayo titulado 'The Art of Memoir' —literal, El arte del 'memoir', o de lo biográfico—, tiene una única cita en la portada y es una cita de Cheryl Strayed. Chreyl Strayed ni siquiera se llama Cheryl Strayed. Eligió ese apellido cuando se propuso recorrer a pie el Sendero del Macizo del Pacífico, el Pacific Crest Trail. El Pacific Crest Trail es un camino de 4.264 kilómetros que va desde México hasta Canadá y atraviesa tres estados de la costa oeste estadounidense. En el camino, hay alguna que otra flecha y libretas encerradas en cajas de madera en las que dejar tu huella. Strayed eligió citas de Emily Dickinson y otros escritores, que firmaba a medias, para cada una de ellas.

La cosa ocurrió en 1995. Strayed recorrió cerca de 1.500 kilómetros —más de 1.100 millas—. Partió del desierto de Mojave con una mochila que pesaba más que ella misma. La escena, en la película que produjo y protagonizó Reese Whiterspoon —y en la que dio con el director de la entonces futura 'Big Little Lies', el desaparecido Jean-Marc Vallée— , permite hacerse una idea de hasta qué punto parecía misión imposible al principio. La razón por la que Strayed —apellido que significa callejera— emprendió tamaña odisea tiene que ver con lo mucho que había querido a su madre —una mujer a la que la vida no dio tregua y que, sin embargo, disfrutó de cada segundo—. Su madre murió de un cáncer fulminante cuando ella tenía 22 años. Y ella se hundió.

Strayed se volvió heroinómana, dejó de volver a casa y se buscó una infinidad de amantes que a veces eran poco más que clientes, destruyó su hasta entonces felicísimo matrimonio. Se hizo pedazos a sí misma. Y decidió que se recompondría a solas, en el desierto, caminando. Lo consiguió. Y sin embargo, pese a ser desde entonces un ejemplo de superación, no hay en el guión que firmó Nick Hornby, ni en la aproximación de Vallée, ni un atisbo de autocomplacencia. Tampoco en el memoir. Strayed era aún, en mitad de aquella heroicidad, un alguien falible, que sólo quería devolverse a sí misma. El gesto era un gesto propio. Strayed iba a enfrentarse con lo que quedaba de ella, y el mundo. No pretendía dar una lección a nadie que no fuera ella misma.

Muy distinto es el caso de Christopher McCandless. McCandless no se había sentido querido por sus padres —gente de clase media, que discutía todo el tiempo pero que le dio todo lo que necesitó—, y los aborrecía, y aborrecía su forma de vida, y quería, sin saberlo, darles una lección desapareciendo en la Nada Más Absoluta, en los bosques de Alaska, donde pensaba vivir como Henry Thoreau. McCandless pasó dos años dando tumbos con su mochila por las montañas, y acabó congelándose en un autobús abandonado a los 24 años. Su historia es triste —después de todo, no era más que un niño huyendo de unos padres aparentemente perfectos— y, sin embargo, la adaptación cinematográfica, 'Hacia rutas salvajes', hecha por Sean Penn, trata de convertirla en una heroicidad, y aleccionar.

Hay una infinidad de cosas interesantes en la última y no oscarizada película de Steven Spielberg, 'Los Fabelman', y todas tienen que ver con la narrativa. El que cuenta, nos está diciendo la película, impone su visión al mundo. Si considera inconcebible que el chico más popular de la clase no sea un héroe, lo concibe como tal. La línea del horizonte —el consejo que el jovencísimo Spielberg recibe de John Ford en la película— marca la diferencia. En 'Hacia rutas salvajes', está todo el tiempo por encima de la mirada. En 'Alma salvaje', la adaptación de la odisea de Strayed, está por debajo. Y es curioso. Strayed contó su propia historia al regresar, la de McCandless la contó otro tipo. Un tipo que impuso su visión al mundo. No la real, sólo la concebible, y condenó obscenamente a McCandless a ser, para siempre, un mártir triste y poderosamente ingenuo.

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