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Javier Moreno Luzón, biógrafo de Alfonso XIII, el rey que renunció a serlo de todos los españoles

El catedrático publica 'El rey patriota', una biografía que recoge la evolución del monarca del reformismo al autoritarismo con una construcción simbólica que prefiguró el nacionalcatolicismo de Franco

Javier Moreno Luzón

Javier Moreno Luzón / Jordi Cotrina

Ernest Alós

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‘El rey patriota. Alfonso XIII y la nación’ es el título de la biografía que Javier Moreno Luzón (Hellín, 1967) ha dedicado a Alfonso XIII. Una lectura apresurada podría llevar a confundir ese concepto con la versión hagiográfica que elogiaba al monarca por hacer las maletas hacia el exilio en lugar de resistirse a la proclamación de la II República. Pero no van por aquí ni el libro ni la producción del catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense, cuya última producción se ha centrado en la construcción simbólica de ese nacionalismo, el español, que tiende a no verse como tal, con títulos como ‘Los colores de la patria. Símbolos nacionales en la España contemporánea’, con Xosé M. Núñez Seixas (2017) y ‘Centenariomanía. Conmemoraciones hispánicas y nacionalismo español’ (2021).

“El título es este, aunque tenga su ambigüedad, porque a Alfonso XIII le gustaba verse como tal y siempre justificó todas sus acciones importantes de acuerdo con la idea de que venía a sacar a España del atraso, a impulsar el progreso del país, a continuar una historia de glorias nacionales e imperiales”, explica Moreno. Y lo hizo no como “una figura simbólica por encima de la política cotidiana, sino como un actor político”, añade. El problema es que se lo tomó muy en serio.

Poderes amplios

De hecho, la Constitución de 1876 otorgaba al monarca (como en otras tantas de la Europa de ese periodo) poderes efectivos como director de la política exterior, jefe del Ejército (se considera un “soldado-Rey”), jefe del Ejecutivo con potestad para nombrar y deponer al gabinete. Lo deja claro cuando preside su primera reunión del Consejo de Ministros, a los 16 años, en que “demuestra desde el primer momento la voluntad de ejercer los poderes constitucionales a fondo”, no necesariamente como una primera manifestación de un talante autoritario. Solo sobrepasaría los límites previstos constitucionalmente con su intervención directa en la dirección de la guerra de África y la política de nombramientos militares orillando al ministro de Defensa y quizá solo violaría de forma flagrante la Constitución “al respaldar el golpe de Estado de Primo de Rivera en septiembre de 1923 y no convocar las Cortes a los tres meses de cerrarlas, que era un mandato constitucional”.

Alfonso XIII en la inauguración del salón del automóvil.

Alfonso XIII en la inauguración del salón del automóvil. / El Periódico

Moreno recuerda el concepto de “monarquía escénica”, al que acabaron acomodándose las que sobrevivieron a las crisis del siglo XX y al que Alfonso XIII (y los monarcas que fueron perdiendo progresivamente sus tronos) no se quiso ceñir, lo que le metió en el barro de la crítica y la contestación a sus actos. Desfiles, visitas a todos los rincones del país, instauración de nuevas festividades sirvieron para “sacar a la calle a la monarquía, de manera que se convierte en un espectáculo público”. Pero con unos contenidos que ponen las bases de lo que acabaría siendo nacionalcatolicismo del general Franco, sobre todo tras el pavor que supone el ciclo revolucionario iniciado en 1917. “Del regeneracionismo en los primeros 15 años de reinado, con manifestaciones que eran compatibles tanto con programas conservadores como con programas liberales, incluso con intentos de integrar dentro del sistema al catalanismo conservador, terminó por abrazar soluciones muy conservadoras ligadas a la Iglesia católica y a los sectores más a la derecha dentro del Ejército, y buscando algún tipo de solución que acabaría siendo autoritaria”. Incluso con él mismo como dictador, “pero se lo quitan de la cabeza, porque era un proyecto disparatado”.

El rey Alfonso XIII charlando con los vecinos en Las Hurdes.

El rey Alfonso XIII charlando con los vecinos en Las Hurdes. /

Tras su apoyo a la dictadura, su gran error, “ya no podía ser el rey de todos los españoles. Ya no podía ser una figura arbitral por encima de los partidos políticos, que despertara adhesiones en múltiples sectores, sino que era el rey de los militaristas católicos autoritarios que habían gobernado durante la dictadura”. Y también lo era en lo simbólico, con un aparato ideológico-simbólico que Franco reutilizaría, como “el papel del Ejército como salvador de España, la centralidad de la religión católica como carácter esencial de la nación y la identificación de cualquier tipo de reivindicación de una identidad nacional al margen de la española como un peligro fundamental para la patria que hay que combatir por todos los medios”.

Aparte de esas continuidades con el franquismo, hay otros aspectos de su personalidad que lo enlazan con alguno de sus descendientes y ascendientes. Como la figura del rey campechano, con aventuras amorosas que a Isabel II no se le perdonaban, como mujer, y que en cambio no perjudicaban la imagen de Alfonso XIII; “sus defensores dicen que es muy español, muy viril, que tiene esa galantería clásica de los españoles…”

Con Juan Carlos I cree Moreno que una gran divergencia, sus respectivos papeles ante el golpe de Primo de Rivera y el del 23-F, y hay “un paralelismo mayor” que el de los escándalos de faldas: y descrédito que en ambos casos supusieron las acusaciones de corrupción.

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